miércoles, 3 de junio de 2009

Maestro y Amigo – Recuerdo de la hija - Oiga 17/01/1994

"Yo estaba en Buenos Aires, con mi madre, cuando recibí la noticia de que mi padre había sido elegido Presidente Constitucional del Perú. La noticia no era nada nueva, las encuestas lo ubicaban en el primer lugar..." nos relata doña Beatriz, hija del ilustre demócrata. Tenía por entonces dieciocho años.

Le pedimos que recuerde a su padre y nos lo describe en dos palabras: "Era muy serio y mesurado". Una persona muy preocupada por su trabajo pero siempre tenía tiempo para su pequeña familia: ella, su hermano y su madre.

"Esos momentos, en los que él se acercaba a nosotros con la ternura de un niño, son inolvidables. La atención que nos dispensaba era muy particular. Con el amor de padre, el conocimiento de un maestro, pero sobre todo con la calidad humana que poseía, nos sentíamos muy seguros...".

La sed de conocimiento de don Luis era tan grande que lo hacía volcarse en lecturas interminables. Mucho antes de llegar a la Casa de Pizarro, ya en ella y por muchos años después. "Siempre tenía a mano un libro y una libreta de apuntes. A menudo y hasta los últimos tiempos siempre hizo sus cosas solo. Sus borradores, de su puño y letra, los corregía él mismo y luego los pasaba en limpio. Únicamente se me viene a la memoria la señorita Cordero, su única secretaria y en el tiempo que fue presidente".

"Tuvo que venir el accidente -continúa doña Beatriz- un domingo que regresaba de misa a tempranas horas. Había ido, como de costumbre, a la Virgen del Pilar, cuatro cuadras distantes de donde vivía. Apretó el paso y cayó apoyando su peso en el brazo derecho. Fue imposible que siguiera como antes. Su salud se fue quebrantando. Fue el comienzo de su fin...". Su rostro toma otro cariz, doña Beatriz está triste. Siente el deceso de su padre como si fuera ayer.

Lamenta que el patricio no pudiera cumplir con la promesa que les hizo de editar sus memorias. "Cuando ya estaba a punto de hacerlo... siempre surgían contratiempos. Dejó borradores pero de ninguna manera constituyen ni siquiera una pequeña parte de todo lo que el demócrata realizara".

Doña Beatriz se siente orgullosa de ser la hija de don José Luis y nosotros de haber tenido una figura como él.

El último Consejo de Ministros - “He de salir muerto o prisionero” – Oiga 17/01/1994

TESTIGO de excepción de los dramáticos sucesos de octubre del 48, el doctor Javier Vargas nos reveló -a raíz del fallecimiento del patricio arequipeño- los entretelones del último Consejo de Ministros del gobierno del doctor Bustamante:

"La noche anterior, los jefes de la guarnición de Lima habían expresado su lealtad al gobierno. Grande fue nuestra sorpresa cuando luego presentan un ultimátum pidiendo la renuncia del Presidente. La última sesión la presidió Armando Revoredo. Ahí, se le expuso al Presidente la situación. Analizando el documento, el doctor Bustamante, refiriéndose al planteamiento de su renuncia, expresó que la entrega del poder sólo se podía hacer con la voluntad de quien lo ha entregado, y que en este caso sólo podía devolverlo al pueblo, por lo que rechazaba el pedido. Afirmó después que esta actitud no significaba un apego al poder, sino respeto a este legado sagrado que defendería aun con su vida si fuera preciso”.

El doctor Vargas recordó que cuando el ministro de Guerra, general Torres, luego de reiterar su adhesión al gobierno, expresó su inquietud por la vida del Presidente y sugirió su renuncia, el doctor Bustamante se incorporó de su asiento y exclamó: “No siga usted, señor ministro, yo no saldré de aquí sino muerto o prisionero".

El ilustre patricio cumplió su palabra. No renunció, como falsamente afirmó un comunicado suscrito por el general de brigada Zenón Noriega el 30 de octubre de 1948, y de ello dejó constancia el doctor Bustamante en una carta dirigida al diario 'La Razón' de Buenos Aires, dos días después de la aparición del comunicado. Esto lo corroboró el doctor Vargas mostrando el acta de la última sesión del gabinete, documento que él guardó en su calidad de secretario del Consejo de Ministros y que nos prestó para que lo publicáramos.

Las últimas palabras que dirigió el presidente Bustamante a sus ministros y amigos, el viernes 29 de octubre, luego del triunfo de la revolución y estando a punto de ser deportado, fueron recogidas textualmente por el periódico 'Jornada', en su edición del 13 de noviembre de 1948:

"Soy todavía Presidente de la República. Seguiré siéndolo hasta que trasponga las fronteras de mi Patria, y seguiré siéndolo más allá de esas fronteras, pues es la fuerza la que me saca; pero tengo la satisfacción, modestamente, serenamente, pero firmemente, como cumple a la investidura de un Presidente, de haber dicho a quienes pretendieron que yo entregara el cargo, que formulara mi renuncia, que un Presidente de la República no dimite porque su mandato emana del pueblo".

Hermoso ejemplo de coraje brindado por un hombre que, por sobre todas las pasiones de su época, tuvo como meta la construcción de la democracia en el Perú:José Luis Bustamante y Rivero fue, él sí, un Presidente para 'todos los peruanos'.

"El fue siempre un hombre austero. Incluso, estando en el exilio padeciendo estrechez económica, rechazó el dinero que un grupo de amigos había reunido en una colecta para ayudarlo en ese difícil momento, afirmando que con lo que ganaba con su trabajo bastaba para sostener a su familia". Con estas frases el doctor Vargas evocó la personalidad del doctor Bustamante y Rivera aquella tarde de enero de 1989 en que lo entrevistamos en su domicilio.

La campaña del 45 - Cómo se organiza el Frente – por Fernando Belaunde Terry (ex Presidente Constitucional del Perú) - Oiga 17/01/1994

EL proceso electoral de 1945 no puede desligarse de la situación mundial de aquel año, que marcaría la muerte de Franklin D. Roosevelt, causada tal vez por su agotamiento físico a los 63 años y la dramática desaparición de Hitler, a los 54, en el derrumbe del poderío nazi.

La victoria fue, fundamentalmente, de las democracias, pese a la participación soviética eclipsada, a pesar de su heroica defensa, por sus ambivalencias iníciales. La temprana complicidad con Hitler había debilitado moralmente su posición.

El éxito de las democracias creó una fuerte corriente por la autenticidad de los gobiernos, basada en la pureza del sufragio. Desde la última etapa de la guerra, en que se veía venir el triunfo, parecía imposible llevar a la práctica, en el Perú, alguna imposición electoral.

Esa circunstancia benefició a los partidos perseguidos, entre los cuales destacaba el Apra, aunque también figuraba su viejo rival, la Unión Revolucionaria, con lo que había quedado de ese movimiento, después del asesinato de Sánchez Cerro.

Destacadas personalidades reclamaban, desde tiempo atrás, elecciones libres y anhelaban que se hiciera viable una fórmula de reconciliación nacional.

Mi padre la había sugerido insistentemente al presidente Benavides. Mas éste, que parecía permeable a aquella idea, desistió de ella a raíz de los sucesos de febrero de 1939, en que su propio Ministro de Gobierno, el general Antonio Rodríguez, encabezó un golpe en que habría de perder la vida. Esta circunstancia creó un clima de tensión en aquel año electoral y, el gobierno saliente, volcó todo su apoyo a la candidatura del doctor Manuel Prado. Fue durante el nuevo gobierno que se desenvolvió el drama de la Segunda Guerra Mundial, con los efectos que he anotado.

Al principio tomó cuerpo la candidatura del general Eloy Ureta que parecía tener el apoyo oficial. Sin embargo, la corriente de opinión por una fórmula democrática de reconciliación nacional, comenzó a plasmarse. En Arequipa, desde diciembre de 1943, se había forjado un movimiento que, poco después, crearía su 'Comité Departamental' que, el 3 de junio de 1944, hizo un llamado al país, concretado en cinco puntos, todos ellos en demanda de un proceso electoral auténtico. Presidió el Comité Departamental don Manuel J. Bustamante de la Fuente, destacado jurista, secundado por Julio Ernesto Portugal, Jorge Vásquez, Jaime Rey de Castro, Carlos Lira Gámez, Javier de Belaunde y otros destacados ciudadanos.

Mi padre, que se encontraba entonces en un destierro voluntario, reclamaba con decisión y firmeza la democratización del país. Don José Gálvez aglutinaba a personalidades imbuidas de ese mismo propósito. Haya de la Torre, estando todavía el Apra fuera de la ley, se encontraba dispuesto a promover, decididamente, el movimiento, sin abrigar ambición personal. El propio Mariscal Benavides que pronto habría de regresar al Perú, secundaría resueltamente la nominación de la candidatura del Frente Democrático Nacional de 1945.

En Lima se había creado el Comité Central del Frente, presidido por el doctor José Gálvez; las cuatro secretarías estaban a cargo de Enrique Dammert Elguera, Jorge Luis Recavarren, Alfredo Calmet y yo mismo, en un esfuerzo por llevar brisas juveniles al Comité, en el que participaban junto a José Gálvez y Rafael Belaunde, distintas personalidades. Alguna de ellas como Manuel Mujica Gallo y Manuel Diez Canseco, no habrían de permanecer en el movimiento por existir determinadas desavenencias. Lo integraron Pedro Rubio, Manuel D. Faura, Adolfo Laines Lozada, Oscar Leguía, Agustín Haya de la Torre, Rogelio Carrera, J.M. Valega, Jorge Dulanto Pinillos y otros ciudadanos de evidente vocación democrática. Más tarde, aunque sin formar parte del frente, se adhirieron personalidades cercanas a Benavides, como Héctor Boza. El mariscal suscribió, independientemente, un concluyente documento respaldando la candidatura, proclamada oportunamente por el frente, del doctor José Luis Bustamante y Rivero.

El candidato proclamado había declinado, meses antes, una invitación para postular en lo que él juzgó, con evidente acierto, que se trataría de una candidatura oficial. Ese acto de desprendimiento actualizó su personalidad que era, por demás, debidamente reconocida, como jurista, como diplomático y como escritor de notable talento. Un antecedente político importante que, con delicadeza, él nunca quiso explotar, fue el de haber redactado el Manifiesto de Arequipa que suscribiera, en la revolución de 1930, el comandante Sánchez Cerro. Sin embargo, llevado al Ministerio de Justicia, su permanencia en él fue breve, seguramente por hacerse ostensible alguna incompatibilidad. Todas las intervenciones del doctor Bustamante en la campaña, destacaron por su profundidad, concisión y elegancia. Alguna de ellas -el Memorándum de la Paz- fue un documento de especial firmeza al que él habría de aludir en varias ocasiones.

La llegada del candidato dio lugar a una gran manifestación en el Estadio Nacional, en que pronunciaron brillantes discursos, tanto de él, como del doctor Gálvez quien le dio emotiva bienvenida. Poco después, con motivo de la reaparición del Apra después de largos años de ostracismo, se llevaron a cabo, el 24 de mayo de 1945, las manifestaciones del Campo de Marte y de la plaza San Martín, en que Haya de la Torre se reencontró con el pueblo. Fue una emotiva y multitudinaria actuación que dio lugar a un memorable discurso del jefe aprista.

Aunque no faltaron momentos de cierta tensión política dentro del frente, el movimiento adquirió un respaldo electoral que ya presagiaba su concluyente victoria. La candidatura Ureta continuó en la lucha, pero obtuvo en las ánforas un segundo puesto bastante lejano del candidato triunfante. No habiéndose alcanzado un acuerdo entre Bustamante y Haya de la Torre para la formación del Gabinete, mi padre aceptó constituirlo con destacadas personalidades independientes, como Jorge Basadre, Rómulo Ferrero, Carlos Basombrío, Luis Alayza y Paz Soldán, Javier Correa Elías, todos imbuidos del desinteresado propósito de consolidar el esfuerzo de reconciliación nacional.

Empero, antes de cumplir dos meses de la difícil gestión, y hostilizados varios miembros del gabinete por la representación aprista, se produjo una primera crisis. Mi padre aceptó, en gesto de evidente abnegación cívica, presidir el nuevo gabinete en que se integrarían Luis Valcárcel, el eminente peruanista, y los ingenieros Carlos Montero y Gonzales Tafur.

En lo que a mí respecta, a los 32 años, como integrante del movimiento, me tocó presidir la Comisión de Prensa y Propaganda de aquella memorable campaña. Accediendo a la invitación del doctor Bustamante y Rivero, ingresé a la Cámara de Diputados donde, poco después, me tocó presidir el núcleo de representantes del Frente Democrático. Orienté mi labor a los campos de mi especialidad, principalmente en lo que atañe a la vivienda de interés social y al planeamiento urbano. Fueron mis primeros pasos en la vida pública que me permitieron participar intensamente en aquel movimiento, infortunadamente breve, de reconciliación nacional y autenticidad democrática.

¿Qué ha quedado de esta histórica experiencia? La convicción de que la armonía es posible, aunque difícil de mantener. En el triunfo del Frente Democrático hubo casos notorios de desprendimiento y sagacidad. La figura de Haya de la Torre demostró su máxima proyección popular. El gobierno de Prado actuó atinadamente y el doctor Bustamante condujo su campaña con firmeza, aunque evitando distintos amagos que la amenazaron. Aunque Ejecutivo y Legislativo compartieron la victoria, pronto apareció un enfriamiento que los alejó día a día. Mi padre advirtió, en todo momento, el peligro que este divorcio de los dos poderes significaba para la estabilidad del régimen. Todo ello creó hondas preocupaciones hasta despejarse las últimas brisas de la armonía, que tanto esfuerzo había costado crear.

Derrocado el presidente Bustamante y Rivero, y en un necesario esfuerzo de síntesis, quiero mencionar algunos acontecimientos fundamentales para enjuiciar su obra. Es el lúcido promotor de las 200 millas marítimas que, con distintos matices propiciaba Chile y que, más tarde, secundó Ecuador. Dicha acción significaría, seguramente, el mayor aporte de América Latina al Derecho Internacional.

Y, en cuanto al reconocimiento personal, quiero concluir con un acto que exaltó una emotiva reunión que se realizaba, en Palacio, durante mi primer gobierno, cuando me tocó anunciar que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya había elegido presidente al doctor José Luis Bustamante y Rivero.

Más tarde, en mi segundo gobierno y, en el recinto que desde entonces llamamos el 'Salón de la Paz', llevando la armonía al ámbito internacional, Bustamante y Rivero preclaro mediador entre El Salvador y Honduras, estuvo presente con los emisarios de esas naciones hermanas, para poner término al conflicto que las había separado.

Hacia las obras completas – Un pensamiento integral – por Pedro Planas Silva - Oiga 17/01/1994

SOLO a el desdén y la pereza pueden suponerse factores suficientes para explicar el porfiado olvido en que reposa, no, felizmente, la señera figura de Bustamante, sino su pensamiento múltiple, aquel que se deslizó con igual destreza por el estricto mundo de la ética y del derecho, por la belleza y sensibilidad del paisaje o por las abigarradas y contusas estructuras sociales. Así como suele sorprender al ciudadano común que aquel hombre de frágil apariencia y ponderado hablar tuviese firmeza en el carácter y perseverancia en los principios, virtudes casi extinguidas en nuestro suelo, aun mayor será el impacto que en él causaría la atenta lectura de sus páginas sociológicas, en las que dictamina el avanzar de las 'masas' y encapsula nuestra realidad social en siete magistrales ensayos, delineando, desde el puntual acercamiento al enfermo, el tratamiento colectivo que considera impostergable: emprender un sincero y profundo 'programa de renovación', Como no es solamente un jurista, Bustamante ingresa con aplomo al diagnóstico social. Y como no es solamente un intelectual, culmina su precioso 'Mensaje al Perú', advirtiendo que el programa no basta si es que no lo acompaña el compromiso vivo y decidido hacia la acción.

Páginas tan diversas, dictadas por su conciencia. Páginas tan densas algunas, profundas todas, como el alma que las inspira. En esta sociedad de ornamentas y de títulos, sintió insuficiente exhibirse en los foros como ex presidente y retornó su lucha activa, en 1955 como en 1974 o en 1984, desde su trinchera ciudadana, enarbolando su imperecedero magisterio cívico como arma suprema, aquel mismo magisterio que erigió como estandarte en el dintel de Palacio de Gobierno, cuando ocupó la primera magistratura. Descuidada como está su estatura moral, asaltada y desfigurada por quienes al mofarse del 'cojurídico' parecen ignorar que descartan, para el Perú, un futuro civilizado, resulta inexplicable que los almanaques transcurran, los valores se inviertan y las historias se repitan, sin que, por lo menos sus más fieles reclamen la presencia de don José Luis -de su voz y de su pluma- como uno de los tesoros más preciados y eficaces para enderezar nuestros destinos.

Hace casi ocho años, juveniles esfuerzos se congregaron para propiciar un feliz encuentro del mensaje integral de Bustamante con las nuevas miradas que asomaban en este incierto Perú, tanteando rumbos y sorteando carismas. Vano esfuerzo que hubo de tropezar con aquel desdén en el lugar menos imaginado, ahí donde los agradecimientos suelen ser recíprocos. Si hay acuerdo en que su profesión de fé en el Perú aún nos interpela en lo más hondo; si las convicciones que él quiso animar no niegan eficacia a su permanente convocatoria y piensan -como él- en el Perú de mañana; si este centenario de su natalicio que hoy recordamos no es un simple alto en el calendario de rituales y quienes hoy proclaman con intensidad su grave magisterio resuelven compartirlo y difundirlo, podrá, entonces, don José Luis, reconquistar el pedestal que le corresponde en la forja de la conciencia nacional: Y desde entonces, su firme pluma trasmitirá un arraigado de amor hacia los destinos patrios que ningún desdén y ninguna otra pereza podrán hacer sucumbir, Y lo trasmitirá de generación en generación.

Sus Escritos Jurídicos involucran el vivir del Derecho -en sus múltiples facetas- y más variados agentes. La Ideología de Francisco García Calderón (1934), homenaje al ex Presidente de la Magdalena y presidente del Senado, jurista e internacionalista, defensor insobornable de la dignidad territorial del Perú, rector -pero sobre todo maestro- universitario, en el centenario de su nacimiento. La Misión del Abogado (1960), al asumir el decanato del Colegio de Abogados. Sobre la función del juez (1960), al ser nombrado juez del Tribunal de La Haya. Su discurso Crisis Actual: Crisis de Justicia (1968), pronunciado en el Colegio de Abogados al asumir la presidencia de la Corte de La Haya. Su estupenda -y ampliamente recomendable hoy, en el Perú conferencia dictada en La Rábida sobre La sobreestimación del Derecho en el mundo (1953). Su texto Mundo y Derecho, publicado en el libro homenaje a Basadre (1978). Su célebre discurso, como Presidente de la República, en la V Conferencia Interamericana de Abogados (1947). Y junto a ellos, por cierto, su tesis de 1920, exigiendo reformar el Código de Justicia Militar que, en nombre del 'orden público', permitía que tribunales militares juzguen a civiles y cuyo contenido principista ha adquirido inesperada actualidad siete décadas después.

Entre sus Escritos Diplomáticos ocuparían lugar primordial sus frecuentes exposiciones en defensa de la tesis peruana de las 200 millas, como, por ejemplo, sus textos Dominio Territorial: Exposición de Motivos (1955) y La Doctrina Peruana sobre el Mar Territorial (1959). Además, su discurso en Palacio de Gobierno, tras actuar como árbitro en el conflicto entre El Salvador y Honduras (1980). Su conferencia en Madrid, sobre La ONU y los territorios pendientes (1953) y algunas intervenciones en esta materia como Senador Vitalicio.

Entre sus Documentos Políticos, además del memorable Manifiesto de Arequipa, (1930), habremos de leer, con la misma consistencia, su Memorándum de La Paz (1945), su Condena al Estatuto de Prensa (1974), su Mensaje desde el Destierro (1949) y su Convocatoria a una Convergencia Democrática (1984). Junto a ellos, su discurso en el estadio Nacional como candidato presidencial del Frente Democrático (abril de 1945), su resonante discurso al asumir la Presidencia (julio de 1945), su Radiomensaje de 1948, su mensaje de despedida (octubre de 1948) y los bellos párrafos del mensaje presidencial de 1946 vinculando la orientación de una Nación con la forja de valores ciudadanos. Y no puede faltar, con ellos, su libro-testimonio, publicado en Buenos Aires, con orgulloso título: Tres años de lucha por la democracia en el Perú (1949).

Dos son sus documentos sociales o Escritos Sociológicos. Su célebre Mensaje al Perú (1955), en el que aborda el fenómeno de las 'masas' y el del progreso tecnológico y el de la ansiedad, aunándoles una minuciosa vivisección de la realidad peruana encuadrada en siete grandes problemas nacionales: la democracia, el indígena, la tierra, la vivienda, la descentralización, la juventud y el problema económico y hacendario. Y su conferencia en la Semana Social en torno a tan aguda materia: Perú: Estructura Social (1959). Tras este título, quiere despertar en nuestras conciencias el papel de los conflictos sociales y la potencial dimensión de la hoy tan socorrida sociedad civil, cuya 'conciencia anímica' constituye -para Bustamante- el motor de la vida en comunidad. Aquí podríamos agregar su precursora tesis de 1918, acerca de La Crisis Universitaria, publicada pocos meses antes de iniciarse el movimiento de reforma en San Marcos y que transformó al joven Bustamante, aunque resulte insólito, en el único estudiante que había abordado con meditación y rigor el problema íntimo de la Universidad Peruana.

Aunque hay muchos más textos y discursos que sobrepasan este registro, hay que considerar que no es abundancia de páginas lo que revela profundidad de pensamiento. Cierto que no debe faltar su solemne discurso al recibir las Palmas Magisteriales (1981) o su semblanza de la obra peruanista del joven Francisco García Calderón, trasmitida al incorporarse a la Academia Peruana de la Lengua (1959), como su Visión del Perú (1940) o su Elogio de Arequipa (1941) o; por supuesto, su discurso inaugural en el simposium sobre 'Democracia y Economía de Mercado', advirtiendo respecto al "abuso de la libertad" delante de von Hayek y de sus rendidos aduladores. Hay más, mucho más, es cierto. Pero no reclama Bustamante un lugar en nuestros empolvados estantes, sino en nuestra amilanada conciencia. Por eso, ahora que festejamos, hay que asumir en nuestra lealtad de conducta, aquel testimonio que con tan justificada solemnidad recordamos.

Bustamante y la sociedad civil – por Sergio Ferreyros Pinasco - Oiga 17/01/1994

EL aporte humanista a la comprensión de la problemática social del Perú, esbozado por Bustamante y Rivero, constituye un momento importante y privilegiado del quehacer intelectual peruano. En el momento presente, resulta particularmente necesario rememorarlo, por cuanto se observa por doquier una profunda desorientación, expresada en el desconocimiento de la propia historia (lo que nos condena a repetir errores), en el permanente espíritu de polarización (que destruye la posibilidad de alcanzar consensos e impide la percepción objetiva de la realidad) y, lo más grave, en el olvido de la dignidad del hombre y de los derechos que le son inherentes, para relegar el desarrollo de su personalidad a planteamientos ficticios que rinden culto al Dios-Estado o al Dios-Mercado.

Las líneas básicas del pensamiento social de Bustamante pueden desprenderse del análisis de su ensayo 'Las Clases Sociales en el Perú', preparado en 1959, con ocasión de la Primera Semana Social del Perú convocada por el Episcopado Peruano. Es un estudio de evidente impronta sociológica, en el cual Bustamante, con seriedad y precisión académica, alejándose del discurso retórico y efectista tan frecuente en la sociología nacional, busca descubrir, detrás de las clases sociales, la situación concreta del hombre peruano y las pautas para auspiciar su desarrollo integral. Es un ensayo que tiene vigencia, porque esa gran pregunta, la pregunta sobre el desarrollo y la justicia para el hombre peruano, sigue esperando respuesta.

Para Bustamante, el punto de partida para iniciar el proceso de cambio en el Perú, se fundamenta en dos pilares: el diagnóstico preciso de la realidad social y la clara conciencia del valor supremo de la persona humana, entendida como fundamento y fin de la vida social, llamada a vivir en solidaridad y orientada a un destino trascendente. Este criterio de aproximación entraña una gran enseñanza para el presente, en el que el espíritu 'pragmático' olvida con frecuencia el vínculo entre la realidad y el deber ser, que es el norte de los cambios efectivos. Vivimos hoy bajo la imagen mítica de una 'eficacia' que muchas veces se vuelve, en sus métodos, contra el propio desarrollo humano.

Para el autor, reflexionar sobre las clases sociales en el Perú le permite aproximarse a las múltiples vivencias del hombre peruano. Es el medio para comprender la dinámica de sus aspiraciones, su situación económica, el nivel y los matices de su cultura, la naturaleza de sus conflictos y las dimensiones de su solidaridad.

En el aspecto conceptual, hace un conjunto de precisiones importantes sobre el término clase, que son útiles para entender la orientación humanista de su reflexión. Se trata de una categoría que debe permitir entender al hombre en su vida social, comprender -como diría Ortega y Gasset- su 'circunstancia'. No es, para él, una cerrada categoría como aquella que el marxismo pretendió imponer, y que implicaba la fatal determinación del hombre por la estructura económica y alentaba un conflicto irreconciliable. Plantea Bustamante que el ser humano, desde su esencial e irrenunciable libertad, ha participado en muy distintos tipos de estructuraciones sociales y que, en la actualidad, ésta se configura en un conjunto de grupos humanos interrelacionados por múltiples influencias culturales, políticas, económicas, geográficas y sociales, cuya comprensión es indispensable para garantizar la justicia como obra común y solidaria y sobre ello nos dirá: "El problema social ha cobrado con ello una fisonomía nueva que abarca, además del económico, otros aspectos más elevados de orden cultural, político y espiritual. En otros términos, el problema social de nuestros días es el problema de la persona humana en la integridad de sus dimensiones y de sus aspiraciones, como un sujeto a quien atañen exigencias de justicia que han de serie reconocidas cualquiera que fuese el grupo social en que esté ubicado. En cuanto a dignidad específica y al respeto de sus atributos, la persona humana no sufre una catalogación de sus individuos en clases. Por consiguiente, frente al hecho de la existencia de clases o escalones sociales en razón de situaciones externas imprescindibles para el desarrollo orgánico de la sociedad, se preconiza una política que, en medio de las inevitables diferencias, salve y preserve los derechos primarios de la personalidad".

Tan distante de la dialéctica marxista entre dos clases como del individualismo -estilo Robinson Crusoe- que prescinde de la realidad social, rehúye, como veremos, cualquier esquema simplista. Su enfoque de las clases sociales deriva en el reconocimiento de la autonomía de la sociedad civil: "Estaremos más cerca de la verdad si contemplamos en el conglomerado social como la superposición de estratos múltiples, como una concatenación de grados o categorías, o, mejor, como un agrupamiento de sectores diversos, como una concurrencia de grupos varios, con características propias, económicas, raciales, culturales, consistentes en modos peculiares de vida y costumbres, y a quienes liga un vínculo complejo de unidad geográfica, de intereses recíprocos y de comunes fines sociales".

Los distintos grupos sociales que conforman el Perú de los años sesenta desfilan bajo minuciosa descripción. A la clase adinerada del Perú, por ejemplo, la describe con tal imparcialidad que lo que la valora es sus méritos y la critica, severamente, por sus carencias morales y porque, a pesar de los ingentes medios con los que cuenta a su favor, "no ha legado a ser una verdadera clase directora, en el sentido de imprimirle al país un tono de vida concorde con el avance de los tiempos y con la idea cristiana. Nuestra estructura interna, en lo económico y en lo político-social, padece un atraso de muchas décadas; y el contraste existente entre este estado anacrónico y las impacientes exigencias actuales de la conciencia popular suscita un clima de tensión peligroso y dañino". La voz de Bustamante es la del hombre preocupado por el futuro del Perú, que siente la necesidad de denunciar una situación de indiferencia y de ciego conformismo, que debe ser urgentemente corregida.

Se ocupa también, con detenimiento y precisión, de la situación del sector rural campesino. Observa que, en él, se perciben algunos avances, especialmente en el sector de la costa, en cuanto a justicia en sus relaciones laborales. Pero es muy enfático en denunciar los diferentes mecanismos opresivos y problemas que subyugan al campesinado de la sierra. Sus denuncias se centran, esta vez, en la injusta distribución de la tierra y en el descuido clamoroso al que se ha sometido al hombre del campo, privándole de políticas de educación, acceso a la tecnología y financiamiento agrícola para mejorar su nivel de vida. Subraya la necesidad de establecer una política de integración técnica y de promoción cultural para el poblador de la sierra. Considera que la Reforma Agraria es una necesidad, que debe encararse con madurez y respeto al principio de propiedad privada, aunque es claro al afirmar que "... allí donde el egoísmo y la incomprensión del problema se muestran reacios a toda innovación o donde perduran métodos de repudiable abuso o dureza, la ley misma se encarga de señalar los medios de adquisición forzosa de la propiedad que permitirían asignar ésta a los campesinos aborígenes, con la adición de elementos crediticios y de asistencia técnica del Estado para elevar sus índices de producción. Y ello, con la parsimonia exigida por toda obra o empresa en que está de por medio un problema social de tan compleja contextura. Son fatales en estos casos las improvisaciones y las impaciencias. No se improvisan ni la educación que el indio requiere para asumir sus nuevas responsabilidades sin peligro de un tremendo fracaso, que ya se ha dado en otras partes...". A la luz de la historia que vendría, resultaron muy premonitorias sus palabras.

En cuanto al sector obrero urbano, Bustamante resalta el inicio de una dinámica de ascenso social -avalada en un progresivo acceso a la educación- que anuncia un camino evolutivo para edificar una sociedad más justa. Enfatiza la importancia del sindicalismo como factor fundamental para promover una relación de auténtica justicia entre la patronal y los trabajadores, aunque también advertirá respecto a sus deficiencias y peligros: "Bajo la gran empresa, y también en la mediana, la sindicalización obrera, por todos conceptos legítima, se ha extendido con notable profusión y ha servido, sin duda, para alcanzar mejoras salariales y de otra especie, y para divulgar el empleo de los pactos colectivos de trabajo. Sin embargo, el sindicato no ha madurado todavía. No siempre los dirigentes sindicales saben sustraerse al influjo de corrientes demagógicas o de tendencias políticas de partido, y a veces el sindicato va a la demagogia, aun sin el beneplácito de la mayoría".

Al reflexionar sobre los problemas del sector obrero urbano denuncia Bustamante la situación dramática -de injusticia y postración- de los trabajadores ambulantes. La solución de ese drama consistiría, en su opinión, en elevar su nivel de formación, capacitarlos en oficios definidos y promover el trabajo estable y defendido por la legislación social. Definitivamente en este punto se adelanta a plantear caminos de solución acertados ante un problema que hoy se manifiesta mucho más dramático y que no sólo no ha encontrado respuestas serias, sino que ha sido manipulado ideológicamente. Está visto hoy que, con la esforzada idealización del 'comerciante informal' -eufemismo recaída sobre el ambulante- se pretende justificar su situación social, sin atacar la raíz del problema, que es la falta de una política que promueva la industria, el agro y el desarrollo económico en general, lo cual, en la práctica implica aceptar y alentar mayor desprotección y abandono a estos sectores.

Aspecto importante de su reflexión es la situación de la clase media, a la que considera un espacio de integración y promoción cultural. Ve con esperanza que, en la medida en que se fortalezca y amplíe, aportará a la nación un criterio más democrático y solidario que favorecerá la integración económica y cultural entre los grupos sociales más distantes.

Si quisiéramos sintetizar los caminos que señala Bustamante para alcanzar la justicia en la sociedad peruana, podríamos concluir en los siguientes: Respeto de los derechos de la persona humana y de las garantías y condiciones para su desarrollo pleno; asumir el concepto de desarrollo como un proceso integral, que comprende todas las dimensiones del hombre y a todos los hombres; priorizar la educación y la promoción de los valores culturales, camino indispensable para la evolución de cualquier sociedad; la actuación del Estado como promotor subsidiario y respetuoso de la libertad humana; reconocer el desarrollo económico como fruto de un proceso evolutivo -y no revolucionario- cuya finalidad no son las cifras económicas, sino el hombre concreto; fortalecer las instituciones sociales, legales, culturales y políticas, como garantía de estabilidad y fundamento del orden social; impulsar una necesaria renovación moral en los ciudadanos que les aliente a descubrir y practicar los valores profundos de la existencia humana; y, finalmente, asumir como ideal de la sociedad el diálogo y el esfuerzo hacia el consenso, para que los diversos grupos sociales se integren solidariamente.

Sin duda, lo antedicho constituye un programa de principios sociales que, a pesar de la distancia que nos separa del momento en que fueron pronunciados, mantienen vigencia irrevocable. El vigor de estos principios obedece a que se derivan de una visión integral del hombre pero, fundamentalmente, a la constatación que todos los días hacemos: que esa deprimente y mísera realidad social sigue subsistiendo -y agravándose- y reclama de nosotros romper la indiferencia y el ciego conformismo.

Democracia y Demagogia – Hoy continúa la lucha por la democracia en el Perú – por José Luis Bustamante - Oiga 17/01/1994

El programa cívico expuesto en su "Mensaje al Perú" registra una serena precisión institucional y numerosas advertencias sobre la democracia como problema fundamental en el Perú. El Ejecutivo, según él, debe dotarse de ancha autoridad y entereza en el mando, buscando el prestigio de sus facultades y la legitimidad de sus actos en el respaldo de la Constitución y las leyes. De ningún modo significa respeto a la ley aquellos "ukases legislativos que consagran la fuerza como instrumento gubernativo". Solo entonces el gobernante "será la antítesis de la demagogia" Palabras firmes y certeras que parecen escritas para hoy.

SABEMOS que en buena parte de América latina el régimen democrático es más bien un patrón político al cual nos mandan ceñir nuestras Constituciones, que una realidad lograda en el ejercicio del gobierno las nuestras suelen ser, a menudo, democracias de etiqueta cuyo desenvolvimiento real perturban la ignorancia de las masas, el individualismo exagerado, la demagogia de los políticos o la ambición de los dictadores. Pero hay, sin ninguna duda, un fondo democrático en el alma de nuestros pueblos: el aprecio de la libertad, la ilusión orgullosa del voto, el arraigo de la institución parlamentaria como expresión del sentir provinciano, la repulsa popular contra los privilegios.

Sería pueril, sin embargo, pretender que en pueblos jóvenes con rasgos peculiares y diferentes grados de civilización, la democracia -en cuanto tal- funcione según el molde clásico. Registrará variantes que reflejan las características nacionales y las etapas evolutivas.

El Perú puede, pues, llegar a poseer una democracia de fisonomía propia. Pero una vez establecidos los Poderes Públicos por esas pautas democráticas, debe cuidarse" de dotar al Ejecutivo de una ancha base de autoridad, de una inequívoca potestad de imperio. Precisamente por ser jóvenes, aquellos pueblos en que aún no han llegado a plasmarse solidariamente las instituciones acusan instintos de insurgencia, de individualismo arbitrario, de reacciones primitivas. El hervor de la sangre rebosa el rígido contenido de las normas. La disciplina cívica no se aviene con el libérrimo laberinto del bosque. Y en este medio rústico, todavía un poco informe, suelen campear -por otro lado- el egoísmo y la prepotencia de las 'élites' sociales que sienten el país como enfeudado a sus caprichos. Ambos extremos abusivos han de sofrenar el gobierno para que la obra de estructuración nacional no se frustre; pues si la subversión y el privilegio la perturban o desnaturalizan, ningún programa de progreso democrático puede cumplirse en el país. Legítima es, entonces, la intervención reguladora y firme del Poder. Tenemos, pues, que afirmar entre nosotros el régimen presidencial; y más si se considera que en todos los Estados, sean viejos o nuevos, las complejidades de la organización política moderna, el formidable empuje de la industria, la tensión entre las fuerzas del trabajo, la pugna de ideologías son otras tantas amenazas suspendidas sobre la estabilidad y la tranquilidad sociales y exigen, por lo mismo, legítimos recursos de aquietamiento y equilibrio.

La entereza en el mando ha de ser, pues, atributo obligado de las democracias modernas. El respeto a las libertades públicas no quiere decir debilidad o laxitud ante la infracción, porque así degenera y se desprestigia la potestad del gobierno. Pero, ¿dónde buscará el Poder Público el vigor de su autoridad? En el respaldo de la ley. Son las leyes las que han de orientar sus actitudes y demarcar sus facultades. Dicho está que me refiero a las leyes dignas de este nombre, que sean expresiones de la justicia y el derecho; no úkases legislativos que consagran la fuerza como instrumento gubernativo. No es cierto que la ley carezca de eficacia para contener el abuso; nadie reprime el crimen o impone sanciones con mayor seguridad moral, con más tajante firmeza, que aquel que se siente dueño de una razón jurídica. Y aquí cabe referirse al funesto error de aquellos llamados 'demócratas' de nuestros países latinoamericanos que, desconfiando de las leyes, piden a voces un caudillo o prefieren el 'paternalismo' de una dictadura por temor al desborde de las libertades populares. Estos tales olvidan -como lo ha dicho WaIter Lippman (The Public Philosophy')- que "los principios de una buena sociedad no residen en la fuerza bruta ni son circunstanciales o escogidos al gusto de cada cual, sino que se encuentran en normas mas altas y permanentes inscritas en la ley natural, base de la filosofía política de toda verdadera democracia". Por eso "los gobiernos demócratas deben su primera lealtad a la ley y a los deberes de su oficio o función, antes aun que a los electores que los llevaron al poder". He aquí al columnista norteamericano, criterio lúcido y práctico, no sospechoso por cierto de 'abogadismo', convertido en campeón y vocero de esa 'juridicidad' tan combatida y ridiculizada en la etapa política del 1945 y 1948.

Esta concepción de una autoridad del Estado basada en la leyes la antítesis de la demagogia, que pide una autoridad basada en el histerismo de la opinión pública, o en la explotación de las pasiones populares. La demagogia es el peor enemigo de la democracia porque conduce a uno de los dos extremos: o el gobierno se somete al griterío de la calle, y entonces es la anarquía y no la ley la que prevalece; o acude a la fuerza para sofrenar la histeria, y entonces sobreviene la dictadura. Acaso esté aquí la clave del atraso de nuestra formación democrática; porque en el Perú se ha hecho demagogia de derecha y de izquierda: la una para suscitar terrores contra el peligro de las masas, la otra para encender el odio contra las clases reaccionarias y pudientes. El resultado ha sido siempre el mismo: el golpe militar, dado en nombre del orden público. La fuerza usufructuando la ceguera de los miedosos y de los fanáticos. Tócanos, por eso, proscribir la demagogia de nuestros hábitos políticos si queremos alcanzar una verdadera democracia. La demagogia es recurso ya gastado y anacrónico en estos tiempos en que la conciencia cívica, de más en más madura, no acepta tretas ni cae fácilmente en el engaño; y en que la función de gobernar se ha hecho tarea técnica y no concurso de ambiciones o plebiscitos de exaltados pareceres. Ha pasado la época en que el gobierno se vestía con el lirismo de las barricadas o arengaba desde las tribunas de la plaza pública. Hoy se gobierna consultando estadísticas, haciendo cálculos de producción y consumo, comparando niveles de vida, tratando de preservar la posición del Estado en el complicadísimo ajedrez internacional. Frente a la seriedad de estos problemas, la demagogia no se concibe. Resulta despreciable. Atenta contra la normalidad del Estado. Ella sólo procura halagar a una masa electoral; pero la verdadera democracia sabe que su misión es, responder por el destino del país. Por eso se comprende que el demagogo, sea gobernante o político, se deba ante todo a sus electores, a cuya sombra medra; pero el gobernante demócrata se debe sólo a la ley. De ella extrae su prestigio y su fuerza.

Testimonio – Tiempo y drama de don José Luis por Jorge Luis Recavarren - Oiga 17/01/1994

ENTRE varias definiciones que del 'homus politicus' pueden darse, caben dos, al menos para los propósitos que persiguen estas líneas.

Así, tenemos al político principista, llamado también idealista, impulsado por un profundo civismo. En segundo término, nos las habemos con el político de vocación, aquel, en fin, que incursiona en el menester político más allá de móviles principistas o idealistas, que, en determinadas ocasiones, pueden movilizar sus ímpetus.

Tales clasificaciones son aptas para hacemos luz en el camino, porque lo que prima en la vida humana y, por tanto en la política, no son los absolutos sino los matices, los claroscuros, ciertas situaciones compuestas por una pluralidad de ingredientes.

Tras estas advertencias, procede para el caso de ahora ver somera mente en cuál de ambos tipologías cabe ubicar a don José Luis Bustamante y Rivera, cuyo centenario de nacimiento conmemora el país en estos días.

Resueltamente yo lo sitúo en el ámbito del político principista, de los llamados maestros de civismo. Porque él lo fue en el sentido de sujetarse estrictamente a normas, leyes o dictados de conciencia de los que, precisamente, deriva la calificación de maestros de civismo.

El maestro de civismo, en suma, las más de las veces se orienta a la política movilizado más que por vocación poco menos que inexiste, por un imperativo. Tal fue el caso de las dos incursiones que en la política hizo el doctor Bustamente y Rivera. Miremos más de cerca.Su primera incursión en serio fue a raíz de la caída de don Augusto B. Leguía el 22 de agosto de 1930. Sintió el llamado del deber de cooperar con el movimiento acaudillado por el entonces coronel Luis M. Sánchez Cerro hasta el punto de ser el redactor del manifiesto que coronó con éxito tal insurgencia. Ya en el gobierno y a poco andar, Bustamante retiróse de la actividad política volviendo al culto de su raigal vocación de jurista y hombre de letras.

Su segunda incursión en serio -¡que casualidad!- fue su candidatura a la presidencia de la república presidiendo las fórmulas del Frente Democrático Nacional para el ejercicio de 1945-1951, frustrado en octubre de 1948 por el golpe militar del general Manuel A. Odría.

Pero nótese lo siguiente. Bustamante no arriba al poder porque él se propuso llegar previa una vocación en ejercicio. No. Llegó como resultado de un compromiso cívico, de lo que líneas más arriba señalé como un imperativo.

No alcanzó el poder por fruición sino por deber, no por el gusto de trasponer las puertas de Palacio sino por el afán de construir a partir de ahí una nueva república.

No lo dejaron. Y de ir minándole el camino hasta el desenlace de 1948, se encargaron con suicida ceguedad tanto la extrema derecha como el aprismo exacerbado por los celos de Víctor Raúl Haya de la Torre. No fue aquello la historia de un país sino de una factoría. Las consecuencias de todo aquello se sufren hasta hoy.

Porque imaginen ustedes que las cosas hubiesen resultado en el régimen que inició Bustamante y Rivero en 1945, de suerte que los gobiernos sucesivos no hubieran sido producto de alteraciones o de enjuagues, sino severos ensayos de peruanidad que uno tras otro habrían ido superándose. ¡Hoy el Perú estaría en el pináculo del menester democrático iberoamericano y protagonizando notables avances en todos los niveles de la vida del país!

No faltan quienes reprochan a Bustamante y Rivero no haberse liberado de los tremendos escollos que le salieron al paso hasta dar al traste con su gestión. Pero olvidaron que Bustamante más que de la política en estricto, era un maestro de civismo que se sujetó a normas, imperativos y dictados de conciencia que lo inhibieron de actuar drástica y fulminantemente. Y de la cruz a la fecha, el debate no concluye. Unos, defendiendo su posición, otros criticándola en el sentido de que prefirió caer en su ley olvidando que, por encima de ella, se hallaban las urgencias de la vida de aquel entonces.

Y es que la presencia de Bustamante en el poder es el caso típico del intelectual metido en la política. No me refiero, claro está, a cualquiera: que pase por intelectual sino al intelectual de raza como él. ¿En qué consiste ese drama? Muy sencillo. El intelectual de raza -lo he sostenido más de una vez- tiene la columna vertebral muy rígida, de suerte que la suya es una movilidad sui generis, totalmente apta para trazarle una senda, un camino al político, un derrotero, en fin, que movilice positivamente a todo un pueblo.

He ahí lo enormemente útil que puede ser el intelectual de raza para un real y efectivo ejercicio del menester político.

Pero enredado en los trajines políticos, cualesquiera malandrines le pueden trabar la firmeza del paso.

El me lo confirmó personalmente alguna vez. Creo que hace un tiempo lo relaté en otra parte muy escuetamente. Fue el 8 de abril de 1945 en el avión que trajo de Arequipa a Lima al entonces candidato del Frente Democrático Nacional y a un séquito que yo integré, formado por delegados de los movimientos y partidos pertenecientes a dicho frente. (Representaba yo a la Juventud Independiente del Perú). Viajamos el día anterior a Arequipa para traerlo a la grande y multitudinaria recepción que le hizo el pueblo de la capital el domingo 8 en el Estadio Nacional.

Pues bien, en el curso de ese histórico viaje ocupé por algunos minutos asiento al lado de don José Luis. Entre otras cosas me dijo: "Créame que no duermo desde el día que ustedes proclamaron mi candidatura. Definitivamente la política no me seduce. Soy ante todo un hombre de gabinete, de estudio, de hogar. Tal es mi mundo. Este compromiso lo he asumido como un deber, como un imperativo patriótico".

¿Para qué más? Pero aún así si se lo hubiese dejado actuar habría respondido sobresalientemente. Ya en el seno de su primer gabinete encontró de parte de alguno, falta de comprensión. Dije asimismo más arriba que toda la vieja derecha sin excepciones se le vino encima, lo mismo que un aprismo histérico y desbordante. A su turno tuvo él algunas fallas de conducción que, en un país normal, hubiesen pasado poco menos que desapercibidas.

Es totalmente falso que no tuviese visión alguna de la política. Como buen intelectual de raza lo miró todo con claridad. Era muy diestro en ponderar situaciones, vale decir que no se le escapaba nada y que seguía la realidad paso a paso. Más de una vez conversando con él en la sede gubernativa anoté ese detalle, que, por lo demás, al país entero constaba a través de sus periódicas intervenciones radiales en las que ponía los puntos sobre las íes.

En todo caso, si hubiese contado con más apoyo, pienso que habría rendido la 'performance' del gran estadista. Pero, ¿quién es un estadista? ¿En qué se tipifica? Estadista es aquel que, mirando la realidad circundante, crea las instituciones ad hoc para aventar su país hacia un futuro venturoso. No es pues el hombre que se cree providencial y que se dice: "Después de mí, el diluvio o venga lo que llegue".No, no. El gran estadista es quien crea instituciones, las solidifica, las pone en marcha, las recrea y vigoriza. ¿Y a base de qué? Pues de lo que tanto él ponderó y cultivó, el acatamiento a la ley, a la observancia estricta de la normatividad, al respeto de principios elementales, todo lo que, en fin, los pobrecillos y majaderos de siempre le achacaron como sus fallas más notorias.

Alguna vez don Ángel Ganivet señero intelectual español, dijo: "Pero un día ha de llegar en que todo se andará... ".

Sí, sí, un día llegará en que todo se andará.

Nos sigue convocando – Ética y política en Bustamante – por Antonino Espinoza – Oiga 17/01/1994

AQUI no tenemos tiempo de hacer un desarrollo académico, un estudio completo de la figura del maestro. Pero recordaremos el significado de su presencia en la política peruana.

I
Don José Luis aparece como Secretario de Asuntos Políticos de la Junta Revolucionaria de Arequipa el 22 de agosto de 1930. Allí contribuye decididamente al derrocamiento de la tiranía de Leguía. Y ese documento, el documento por el cual se presenta la insurgencia a la opinión pública, es el Manifiesto que redacta don José Luis.

Periodistas lo han llamado "el manifiesto más sensacional de nuestra vida republicana". Y uno, particularmente inteligente, Federico More, dijo que en ese documento la República "encontró algo como una declaración de amor".

¿Qué decía la voz de esa insurgencia? ¿Qué decía don José Luis? “Sufre el Perú -decía- los desmanes de un régimen corrupto y tiránico en el que se aúnan la miseria moral y la protervia política… (en el que se ha erigido) en ley suprema la voluntad despótica de un hombre… haciendo del Parlamento un hato de lacayos sumisos y voraces”.

Comienzan a sonarnos estas cosas como muy cercanas, como repetidas en la Historia de la República, como repetidas hoy: "Desde el punto de vista administrativo se esmera en desvincular las regiones… En el orden tributario, agobia al pueblo con lesivos impuestos, desproporcionados e injustos... Privó de una independencia al Poder Judicial... ha convertido los Municipios en agencias gubernamentales... cortando el vuelo al pensamiento en las Universidades intenta engañar a la opinión pública elevando la adulación al rango de virtud nacional".

Y, contra todo eso, el clamor de esa revolución era: "Vamos a moralizar primero y a normalizar después la vida institucional y económica del Estado". Decía don José Luis en ese manifiesto: "Haremos de la Honradez un verdadero culto nacional; por eso perseguiremos, sin dar tregua: hasta sus últimos refugios, a la banda de rapaces que se ha enseñoreado hoy en la Administración Pública, ha amasado y amasa fortunas a costa del Erario... Acabaremos para siempre con los peculados".

Así convocaba a los peruanos en 1930.

II
El segundo gran momento -para hablar sólo de los instantes cimeros de la vida política de don José Luis- es cuando, en 1945, encabeza el movimiento de recuperación de la democracia. Y en ese momento él ciñe, en ese documento extraordinario que se llama 'Memorándum de La Paz', las condiciones de aceptación de su candidatura. Es, también, una convocatoria.

Don José Luis, que ha sido acusado de traer con él a las izquierdas ateas, a las izquierdas anticlericales y antireligiosas, precisa, con nitidez, los conceptos: "Mi profesión de católico elimina de mi parte la posibilidad de cualquier acto de gobierno que modifique el estatus constitucional en esta materia". Y más adelante: "Respeto a las creencias religiosas individuales creo en la conveniencia de proscribir la intervención del clero en la política". Y después de ese deslinde, añade: "Me inclino a la consecución de una democracia cristiana". Es el 13 de marzo de 1945 y ya en el mundo brotaba el pensamiento demócrata cristiano y llegaba al poder, en Italia, con De Gasperi, y pocos meses después en Alemania, con Adenauer. Era -y es- un pensamiento distinto y distante del liberalismo del siglo XIX y rechazaba, al mismo tiempo, toda forma totalitaria de opresión de la conciencia.

Pero en ese momento, el gran compromiso al que se ajustó esa candidatura, y las fuerzas que la respaldaban, era un compromiso de transición a la Democracia verdadera y de simultáneo encauzamiento, a través de la Ley, de las necesidades populares.

Su preocupación por la ética en la política peruana no se limitó al poco habitual acto de colocar condiciones para aceptar su candidatura. El 28 de julio de 1945 Bustamante pronuncia palabras que parecen insólitas por proceder de las alturas del poder. Siempre dijo cosas insólitas, en verdad, porque siempre procuró renovar las mentes de los peruanos. Afirmó aquel día que él se proponía realizar una tarea pedagógica desde el poder. Estamos acostumbrados a escuchar a gobernantes que nos hablan de sus cambios económicos, de sus reformas sociales, etc. Resultaba sorprendente que un Presidente de la República admitiese que la misión del gobernante es educativa.

¿Qué quería decimos? Que no hay "administración correcta" sin un "fondo individual de honestidad". Qué no hay progreso en la cultura "sin respeto de la persona humana". Que no hay "política estable" si no hay una "plena conciencia de los deberes cívicos". Esa "obra educativa" del gobernante consiste, por lo tanto, en estimular los valores primarios y fundamentales en la ciudadanía. Ese humanismo ético de Bustamante está resumido en estas extraordinarias palabras de su mensaje de 1945: "Como el maestro, el estadista se va venciendo pacientemente su jornada. Y puede sentirse ufano si, a la vuelta de los días, ha logrado, como el maestro, ser en su pueblo un forjador de hombres".

Pero no le dejaron serlo. Las rencillas se desencadenaron. Se produjo el enfrentamiento entre dos fuerzas, dos fuerzas que fueron duras con el país y duras con Bustamante. Nosotros podemos preguntamos hoy: ¿Qué le sostenía? ¿Qué le hacía fuerte frente a las presiones 'del 'clan' y del Apra? Su serenidad. Un dominio de sí mismo que no disimulaba su naturaleza de agonista, de luchador cabal, de hombre en pugna por sus ideas, enfrentando -como los caballeros antiguos- sin miedo y sin tacha a las resistencias, a las agresiones que se oponían a la realización de sus nobles ideales. Y que venían del partido más fuerte y de los intereses más grandes.

III
Bustamante es político. Pero hay políticos de muchas clases. Sustancialmente hay dos, antitéticos, el político maquiavélico, que justifica su poder, y el político ético o cristiano ("el mayor hágase servidor de los demás"), para quien su presencia en el poder es para servir. No para dominar a los demás, como el -maquiavélico, sino para hacer de la política una colaboración de virtudes.

Fue Bustamante conciencia de nuestro pueblo, interpelación de nuestras conductas, aguijón para la acción. Sintió el deber de arrancamos del sopor acomodaticio, del disfrute egoísta, de las componendas que traicionan las necesidades populares. Quería la libertad, sí, pero no para hacer de la libertad "máscara de nuestra malicia" (San Pedro, 1-2-16), sino fuente de servicio. En Bustamante no hay prejuicios, no hay complejos, no hay rencores que lo movilicen o que busquen una insurgencia ciega en los ánimos heridos. En él no hay oposición entre el 'hombre de ideas' y el 'hombre de acción'. Encarnaba ideas en sus actos. En Bustamante, la inspiración de los principios, el trabajo intelectual, la vocación por el Perú y el testimonio de su conducta, se unifican y fusionan.

Sin ese connubio, la política es mero afán de poder, cínico disfrute, agresiva piratería o perverso mercado. Y fue así que quienes preconizan desde lados distintos la política 'real', quienes consideran natural que la autoridad política sea instrumento de sensualidad personal y ejercicio de prepotencia, desalojaron del poder a Bustamante, a la política 'ideal', a la ética en la conducta gubernamental. Y dejaron a Bustamante levantando estas virtudes cívicas en grado heroico.

Héroe, recordemos, no es el combatiente ciego que se arroja al fuego del enemigo, huyendo de la vida. Héroe es el que resiste, el que no cede terreno, aun al precio del sacrificio personal, Con inmolación, acepta de antemano el riesgo, el destino adivinado.

Bustamante supo erguirse, sin trepidar, ante las acechanzas de la prepotencia desorbitada y de la codicia usurera. No quiso salvarse haciéndose cómplice de éste o del otro bando. Sabía que en ambos extremos la Patria padecería. No podía traicionada.

Y así, cumplida la obra, avanzada la edad, hubiera sido explicable su silencio. Pero él no supo callar. Cada vez que veía a su pueblo maltratado o los derechos del hombre violados, proclamaba con firmeza su palabra, indicando la acción correctora, eficaz, valiente.

IV
Hoy mismo Bustamante nos emplaza con sus palabras de agosto de 1984. Son palabras acentuadas hoy en su contenido y en su urgencia: 'Debe surgir un gran movimiento de calificada convergencia democrática... Están en juego la satisfacción de las legítimas aspiraciones de trabajo, de alimentación, educación y salud de una población; la absoluta necesidad de garantizar por todos los medios la tranquilidad y la seguridad ciudadanas; la preservación decidida de los valores morales relativos a la identidad y a la integridad nacionales; el mantenimiento inquebrantable del régimen democrático".

En el centenario de su nacimiento, don José Luis Bustamante, como siempre, nos vuelve a convocar.

martes, 2 de junio de 2009

Hoy continua la lucha por la democracia en el Perú – Oiga 24/01/1994

Al intentar una aproxi­mación a la personalidad y al pensamiento del doctor José Luis Bustamante y Rivero, ex presidente de la República y patriarca de la democracia peruana, OIGA dedicó a este fin numerosas páginas de su edi­ción de la semana pasada. A pesar de ello, no logramos agotar el tema. Busta­mante es, quien sabe, el personaje más complejo e interesante de nuestra con­vulsionada historia política. Es, sin du­da, el presidente más culto, el más estu­dioso del pasado y la realidad peruanos, el más inquieto por el porvenir patrio, el más preocupado por las carencias y padecimientos de las masas, el político con mayor inquietud cívica llegado a Palacio de Pizarro, el más atento en hacer de la presidencia docencia, ins­trumento de servicio a la comunidad nacional. Todo esto sin que se le nota­ra, así como era difícil advertir a prime­ra vista su pulcra elegancia en el vestir. Era arequipeñísimo, provinciano, casi un poeta de aldea, pero oteaba desde su campanario, mejor que otros, el mundo entero. Aborreció el cosmopolitismo, como Unamuno. Y, como el rector de Salamanca, tuvo reconocimiento uni­versal en vida. Fue presidente del Tri­bunal de La Haya y pacificador en Cen­troamérica.

En las páginas dedicadas por OIGA la semana pasada al doctor José Luis Bustamante y Rivero, apenas dejamos en­trever algunas facetas de su riquísima personalidad. Y, hoy, con la colección de cartas de Bustamante a su fiel amigo don Benjamín Roca Muelle, que el hijo de éste ha puesto en nuestras manos, se hace notar aún más la pobreza del homenaje de OIGA a tan insigne com­patriota.

Se trata de un largo epistolario, pre­cedido por algunas notas de la campaña electoral de 1945. La primera orden que el candidato Bustamante les trasmite a sus partidarios a través del Secretario General del Frente Democrático, Ben­jamín Roca, lo retrata de cuerpo entero. Es el político dispuesto a cumplir con la palabra empeñada en el Memorándum de La Paz: su gobierno sería de transi­ción a la democracia y, por lo tanto, su preocupación principal tendría que ser la docencia cívica. A tal objetivo con­creto apunta esta directiva, a distancia sideral de lo que hoy se observa en el gobierno:

“He advertido que en los últimos días, el tono de los órganos de prensa que propician mi candidatura se va tornando agresivo y a veces francamente inconveniente”.

“Esta modalidad de nuestra prensa contraría las claras recomendaciones de mi Memorándum de 13 de marzo y desdice de nuestra cultura cívica. Rue­go, pues, a Usted se digne suplicar a todos los Sres. Directores de órga­nos periodísticos que en esta capital o lugares próximos hacen la defensa de mi candidatura, quieran ajustarse en sus artículos e inserciones a las normas de moderación, compostura y dignidad cívica que deben inspirar todas nues­tras actitudes. Igual pedido debe dirigir­se, mediante los Comités Departamen­tales del Frente Democrático, a los pe­riodistas que en el resto del país acom­pañan nuestra causa”.

Al leer estas líneas, hace un par de días, ante algunos amigos, nos descon­certó escuchar la lamentabilísima ex­clamación siguiente: “¡Este señor pue­de ser presidente de otra parte, no del Perú!”. Era, por un lado, no la rendida admiración a la integridad del político que así se expresaba, como debería ser, sino el estupor ante tanta rectitud; y, por otro, la absurda creencia de que el Perú no se merece un dirigente tan ho­nesto, de tan alturadas miras. Estos buenos amigos no entendían que, justa­mente, los males del Perú parten de la falta de fe en la patria y necesitaban entonces y necesitan ahora docencia cívica desde lo alto. El Perú requiere ante todo y sobre todo educarse y no podrá lograrlo si, como ahora, la arbi­trariedad, la violación de la ley, el capri­cho, son las normas que rigen la conducta del gobierno. Con tan mal ejem­plo, viendo premiado con una larga presidencia al que violó la Constitución y se burla del orden jurídico imponien­do su voluntad cada vez que le viene en gana, los males del Perú continuarán siendo los mismos que, en 1945, don José Luis Bustamante se propuso des­terrar, como paso previo al desarrollo nacional. Fue un intento lamentable­mente fallido por culpa de la apatía ciu­dadana, de la falta de fe en el Perú y en los peruanos, de un extraño desencan­to de algo que ni siquiera se ha iniciado, de la abulia que nos caracteriza y nos va hundiendo. De esa amodorrada molicie contra la que hay que reaccionar con vigor, como aconsejaba don José Luis Bustamante en su última entrevista, concedida a OIGA el 20 de enero de 1984. Esta charla —sin grabadora, a pedido del patricio— se publicó el 23 y ese mismo día, en gesto que lo retrata, acudió don José Luis a las oficinas de OIGA, ubicadas en aquella época en San Isidro, en un altillo de difícil acceso, para instarnos a seguir en la brega y agradecer la publicación a nuestro di­rector y al autor de la entrevista. En realidad el agradeci­miento lo merecía él por sus ejemplares actitudes públicas y privadas, por su mensaje que no dejará de tener palpi­tante actualidad mientras el Perú no se incorpore a la vida civilizada, al orden jurídico, a la democracia. Hasta que no se haga realidad esa pacífica conviven­cia dentro de una honesta discrepancia por la que han luchado, durante mu­chos años, tantos peruanos ilustres. No somos, si repasamos nuestra historia y nos detenemos en hombres como Bus­tamante, un país de mala muerte, de pobres diablos.

He aquí, a continuación, la última entrevista al doctor José Luis Bustamante y Rivero. En otras entregas iremos comentando las cartas del ex pre­sidente a su amigo Benjamín Roca, fe­chadas desde el 10 de noviembre de 1948 al 5 de setiembre de 1967. Son cartas conmovedoras, la mayoría des­de el destierro —de destierro a destie­rro, ya que pronto Benjamín Roca tam­bién saldría exiliado y se afincaría en Nueva York, mientras Bustamante pa­saba de Santiago a Buenos Aires y des­pués a Europa—; cartas que reflejan las últimas angustias personales de Busta­mante y Roca, así como la acrisolada honestidad de ambos. Políticos ‘tradi­cionales y corruptos’ que ponen sobre la mesa sus preocupaciones económicas con una simplicidad conmovedora. Varias son las cartas de don José Luis Bustamante y Rivero puntualizando los detalles de un cheque por mil dólares para que le abran en Nueva York una cuenta, ya que estaba planeando, sí lograba una cátedra universitaria, tras­ladarse a esa ciudad, a pesar de la cohibición que le producía su desconoci­miento del idioma inglés.

Leamos la entrevista:

Desde el 18 de mayo de 1980 azota al país una ola de violencia que provoca honda preocu­pación respecto del fu­turo del Perú. ¿Cómo analiza usted esta situación?
—Es cierto: una ola de violencia azo­ta no sólo a nuestro país sino al mundo entero. Entre nosotros, yo me aventuro a creer —sin tener pruebas materiales pero sí con una especie de intuición fundada en la experiencia de la vida— que esa ola de violencia no es fruto ex­clusivo del malestar que pudiera haber en el país. Tengo la impresión de que hay de importado, de ajeno, en la vio­lencia que se viene advirtiendo en el Perú. Aparte de esa presunción de que hay mucho de ajeno en la violencia, existe el hecho de que hay que acabar con ella. Y en un gobierno democrático, la violencia se ataja con la ley. El reme­dio para la violencia es la imposición de la ley. Pero ése no es el único camino, porque no enfrenta todas las causas de la violencia. En nuestro país, la función de gobernar es compleja y exige la aten­ción de las circunstancias de la vida de los habitantes en condiciones muy dife­rentes a las de los habitantes de un país plenamente civilizado. Y entonces, pa­ra atajar las causas de la violencia, nece­sitamos escudriñar la intimidad de nuestra convivencia. El Perú es un país rico en recursos pero pobre en realiza­ciones; y pobre muchas veces en hom­bres capacitados para procurar satisfa­cer las necesidades de la población. Tenemos graves fallas en nuestra orga­nización sociopolítica. Hay ignorancia, y ésta es foco de muchos males, entre ellos la incapacidad de trabajar fructuo­samente con verdadera productividad económica. La organización estatal no ha alcanzado un grado de perfección, nuestro Estado es deficiente. Y entonces, la vida del pueblo peruano no es holgada. Las clases populares llevan una vida escasa y de miseria. ¿Por qué no reconocer que esa situación misera­ble que existe en muchos de los habi­tantes del Perú es una de las causas de la violencia? ¿Por qué no reconocer que esa causa se removería si tuviéramos una organización estatal más suficiente que mejore el nivel de vida de la pobla­ción? Tenemos una desfavorable dife­rencia de clases sociales. Junto a clases muy pudientes hay clases de extremada necesidad. Vivimos entre extremos y no hay en la vida colectiva solidaridad suficiente entre las clases sociales. El magnate poderoso no siente suficientemente la miseria del hijo del pueblo. Hay que darle sensibilidad al magnate y hay que borrar de la mente del hijo del pueblo la idea de venganza o la costum­bre de la reclamación airada y violenta. Aproximar los extremos es otra de las maneras de mejorar la situación social y evitar la violencia.

A raíz de esta ola de violencia han surgido voces pidiendo diálogo entre el gobierno y los subversivos. ¿Considera usted adecuado este tipo de propuesta?
—A mi juicio, el diálogo es posible allí donde hay buena fe. Hay que saber con quién se dialoga. Y no se puede dialogar con personas malévolas que tienen el deliberado propósito de hacer el mal por encima de todo.

¿Cuál es su opinión sobre el compor­tamiento de los medios de comunicación en el Perú?
—En una democracia, la función de los medios de comunicación es funda­mental. Yo llevo a verla como una espe­cie de necesario complemento de la función directiva del gobierno. Un go­bierno sin prensa o con una prensa mal orientada no puede jamás gobernar bien. En nuestro país, la orientación de las comunicaciones no alcanza un nivel suficientemente satisfactorio. La fun­ción de orientar a la opinión pública no es ejercida con la deseable pulcritud. Hay con frecuencia noticias sensacio­nalistas y malintencionadas, sobre todo en el terreno político. El sensacionalis­mo deforma la realidad, atribuye a de­terminadas cosas importancia que no tiene o le niega validez a lo trascenden­te; en suma, desfigura la verdad. Esta orientación se percibe claramente en ciertos órganos y revela un principio de mala fe. Y no debe ser así, porque ello afecta la armonía social.

¿Piensa usted que en el Perú se ha afirmado la democracia o que el péndu­lo sigue acechando?
—No quiero ser profeta, ni estoy ha­bituado al vaticinio del futuro y por otro lado estoy muy alejado de la política activa como para hacer pronósticos. Frente a la política del péndulo, sin pen­sar en que haya de producirse obligada­mente entre nosotros, creo en la políti­ca de colaboración social. La colabora­ción es unión, acuerdo, armonización de puntos de vista diferentes, con la finalidad sana y noble, como meta final, de consolidar la democracia. No hay por qué llegar a extremos de violencia ni tampoco dislocar la armonía colecti­va.

¿Considera usted posible que el Perú evolucione en el futuro cercano hacia el, bipartidismo? ¿Opina usted que es be­néfico este tipo de sistema?
—El bipartidismo es la señal de un grado de evolución política más alto del que tenemos. Nuestra vida política dis­ta de la perfección, no ha sido consoli­dado lo suficiente como para permitir que se traduzca en bipartidismo. Existe en el Perú un ansia de soluciones que se traduce en un gran número de partidos políticos. Pero creo que a medida que se vaya depurando nuestra vida política podrá llegarse al bipartidismo, que con­sidero útil, porque implica escoger no entre doce sino entre las dos mejores opciones para nuestra idiosincrasia.

Hay quiénes dicen que últimamente en el Perú se está dando un fenómeno de apatía colectiva. ¿Es correcta esta apreciación a su juicio?
—Percibo en la vida pública del Perú un exceso censurable de abulia, de apa­tía, de indiferencia hacia la cosa pública y de apartamiento de la vida política, tal vez por efecto del miedo frente a la audacia de políticos extremistas. Esto nos hace daño. Yo soy un predicador del entusiasmo y del optimismo. Por­que el pesimismo no es constructivo ni deseable. En el Perú tenemos la materia prima para progresar políticamente: una clase social apartada de los parti­dos pero que con su diaria labor colabo­ra con el fortalecimiento de la democra­cia. Me refiero a la clase media. La exis­tencia de una clase media en el Perú indica que nos hemos modernizado, puesto que en nuestro país faltaba la clase media, teníamos los dos extre­mos, los poderosos y los humildes. Esa clase media, adecuadamente motivada, puede ser el núcleo vigoroso y sólido de un movimiento que nos lleve hacia me­tas que justifiquen el optimismo del que estoy haciendo gala ahora.

Para finalizar. Usted, que fue profe­sor durante mucho tiempo, ¿cómo ve a la juventud peruana universitaria actual comparada con la de anteriores décadas?
—La juventud de décadas pasadas trabajaba y se desvivía por imponer ciertos derechos en la universidad. Hoy en día las reivindicaciones estudiantiles han sido en su mayoría logradas y los maestros han comprendido que en los alumnos no deben tener sólo discípulos sino en cierto modo colaboradores inte­lectuales. Hoy como ayer, el joven estu­diante tiene derechos que reclamar dentro de la función educativa, y no se le puede atajar la espontaneidad de su talento. No hay por qué subestimar ni menospreciar el aporte que el estudian­te puede llevar a la vida universitaria. Lo que pasaba antes era que la universidad no salía a la calle, vivía una vida pura: mente docente, pero con un sentido incompleto de docencia, porque no era actor del cambio. La concepción mo­derna que hoy rige es la del estudiante actor ejerciendo una hermosísima for­ma de magisterio: la libre y natural ini­ciativa de una mente joven y nueva que tiene mucho por comunicar. En ese sentido, la función del estudiante se ha agrandado. Ha dejado de ser un receptor de enseñanza y nada más; es ahora’ el discípulo preguntón. La función del estudiante en la vida de hoy es mucho más compleja que en décadas anteriores. Y por lo tanto se ha agrandado también la función del maestro, que tiene ahora una tarea intelectual más grande. Y yo le rogaría a la juventud de ahora que haya diálogo con sus maes­tros. Porque el diálogo es útil y bello, porque del diálogo surge la luz.






José Luis Bustamante y Rivero – La correspondencia – Oiga 7/02/1994

JOSÉ LUIS BUSTAMANTE Y RIVERO

Lima, 20 de abril de 1945.


Sr. D.
San Benjamín Roca Muelle,
Secretario General de la Oficina Política
de la Candidatura Bustamante i Rivero
Ciudad.


Señor Secretario General:

He advertido que en los últimos días el tono de los órganos de prensa que propician mi candidatura se va tornando agresivo i a veces francamente inconveniente.

Esta modalidad de nuestra prensa contra­ría las claras recomendaciones de mi Memorándum de 13 de marzo i desdice de nuestra cultura cívica. Ruego, pues, a Usted se digne suplicar a todos los Sres. Directores de órganos periodísticos que en esta capital o lugares próximos hacen la defensa de mi candidatura, quieran ajustarse en sus artículos e inserciones a las normas de moderación, compostura i dignidad cívica que deben inspirar to­das nuestras actitudes. Igual pedido debe dirigirse, mediante los Comités Departamentales del Frente Democrático, a los periodísticos que en el resto del país acompañan nuestra, Causa.

Mui atentamente de Usted,


EXPRESIVA misiva de Bustamante dirigida a Benjamin Roca Muelle, rogándole transmitir a los periodistas que alientan su candidatura un espíritu de civismo, respeto y moderación. Ese reclamo ha legado Bustamante a los peruanos. (Nuevos fragmentos de su epistolario aparecerán en los próximos números de nuestra revista).


Así se despidió en Palacio – Oiga, 24/01/1994

EN ninguna circunstancia de la vida se aquilata mejor el valor de la amistad que en los momentos difíciles en que un hombre no tiene otro título que el de amigo. Como ami­gos están ustedes aquí y como amigo les digo gracias.

He dicho mal al expresar que no tengo más título que el de amigo, tengo otro título: el de Presidente de la República.

Soy todavía presidente del Perú.

Seguiré siéndolo hasta que transpon­ga las fronteras de mi Patria y aun más allá de esas fronteras, pues la fuerza es la que me saca. Pero tengo la satisfacción serena y firme, como cumple a la investi­dura de Presidente, de haber contestado a quienes pretendieron que yo entregara él cargo o que formulara mi renuncia, que un Presidente de la República no dimite porque su mandato emana del pueblo. Esas fueron esta mañana, en el Consejo de Ministros, mis palabras, porque el mandato sagrado del pueblo lo debe retener un Presidente mientras viva o hasta que la fuerza se lo arrebate. He pensado siempre que la investidura presidencial y la autoridad que comporta es un legado sagrado que pertenece a la Nación, del cual el Presidente es sólo un depositario y, como depositario de él, debe conservarlo.

He manifestado que en estas circuns­tancias no podía yo hacer entrega de mi mandato ni transferirlo a otras manos. Y que de este Palacio se me sacaría muerto o prisionero: Voy, a salir prisionero.

No digo estas palabras con amargura, las digo con la mayor serenidad, pero quiero aprovechar de la circunstancia de estar rodeado de un grupo de amigos para decirles que lleven su testimonio a mi pueblo de esta declaración pública que hago.

La historia es la que juzga los actos de los hombres públicos. Quiero que recoja estas palabras, que recoja la actitud que ha tenido un Presidente que, sin alardes, sabe que ha sido un Presidente con bue­na intención y que sale de su país llevando limpia y alta la frente y conservando intacto aquel legado que recibió del pue­blo.

Yo les pido a ustedes algo que también está en el fondo de mí espíritu: FE. Fe en los destinos del país. No es hora de amar­guras, es hora de construcción y de esperanzas. No desmayemos: creamos en el Perú.

Nuestro pueblo está llamado a desti­nos muy altos. Las crisis en los países no son cosas de hoy, han sido fenómenos de siempre; pero de las grandes crisis surgen los grandes remedios. Hagamos un Perú grande y ustedes, los que que­dan, son los encargados de realizar esta obra.

Desde lejos yo los he de acompañar con todo el fervor patriótico de mi espíri­tu. Lo único que me llevo es la Patria en mi corazón.


Lima, Palacio de Gobierno, Octubre 29 de 1948.


Al partir al destierro, entre Honorio Delgado, su esposa María Jesús y su hijo José Luis Bustamante, pese al acecho de los militares, no cayo bajo sus garras. Se mantuvo firme. Y pese al peligro, no tuvo temor, ni se asilo en una embajada. Hubiese sido indigno. F. Igartua - Oiga 24/01/1994.

Forzosa despedida. Dijo: “No firmo”, y salio de desterrado en su condición de Presidente de la Republica. Sin Renuncias. F. Igartua - Oiga 24/01/1994.

El argonauta y el buzo – por Mario Polar Ugarteche – Oiga 24/01/1994

Para cumplir con el propósito de estas páginas –imprimir en la mente de los jóvenes la figura de un peruano ejemplar–, nada mejor que recurrir a la pluma de Mario Polar, quien en su libro ‘Viejos y nuevos tiempos' traza, bajo el mismo título de la cabecera, la siguiente magistratura estampa del doctor José Luis Bustamante y Rivero. Leamos a Mario Polar dialogando con su nieto:

Lima, 18 de julio de 1968.

Pequeño: hoy quiero contarte de dos maestros de mi juventud a quienes considero ahora mis amigos: de José Luis Bustamante y Rivero y de César Atahualpa Rodríguez.

El primero fue mi maestro de Dere­cho Civil en la Facultad de Jurispruden­cia. El segundo me dio lecciones de Humanismo cuando regalaba cultura bajo los arcos de Portales de la Plaza Mayor de Arequipa. El primero es cono­cido como político y hombre de leyes y del segundo muy pocos saben algo. Pero ambos son poetas en la acepción más pura del vocablo y no porque “componen o hacen versos”, según definición de un diccionario, sino por­que han sido capaces de encontrar la esencia poética en la substancia misma de la vida y de verterla y revelarla con belleza.

Cuando estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos notables, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derrocó a Leguía en un intento de restablecer las libertades públicas; que en 1945, en las primeras elecciones limpias y auténticas en muchos lustros, fue elegido Presidente de la República; que tres años después fue derrocado por un golpe militar encabezado por el que fuera uno de sus ministros de Gobier­no; que cuando regresó del exilio fue calurosamente acogido por los pueblos de Lima y Arequipa como una de las reservas morales del país; que poste­riormente fue elegido Juez del Tribunal Internacional de La Haya; y que actual­mente es Presidente de esa institución, el más alto tribunal de la Tierra.

De César Atahualpa Rodríguez sa­brás algo si estudias la historia de la literatura peruana y si los historiadores de esta época son capaces de captar el hondo mensaje metafísico de su poesía. Pues mientras la biografía de Busta­mante es muy rica, incluyendo sus ser­vicios como Embajador del Perú en varios países y su participación en algu­nas conferencias internacionales —lo que anteriormente olvidé mencionar—, la biografía de Rodríguez, por lo menos en términos convencionales, es muy pobre. Nació en Arequipa hace 78 años; estudió en una escuelita municipal y en el Colegio de la Independencia; ingresó, siendo muy joven, a la ‘Biblioteca Muni­cipal’ como ayudante, ascendiendo en 1918 al cargo del director; y después de 40 años de labor fue jubilado.

Nada más. En ese lapso ha escrito mucho pero ha publicado poco: la Torre de las Paradojas –colección de poemas juveniles publicados por una editorial argentina en 1926– y ‘Sonatas en Tono de Silencio’ –selección de poemas de edad madura, editado por el Ministerio de Educación el año pasado. Sin embargo, eventualmente, diarios y revistas de Arequipa y algunas capitales de América han publicado sus poemas.

A estos dos hombres tan distintos, y tan hermanos en el fondo –al que co­noció el drama del poder y de la lucha pública y al que vivió en la sombra, bu­ceando angustiosamente en su pozo interior para sacar, de cuando en cuan­do, alguna perla legítima–, debo mu­cho más de lo que ellos sospechan. Por­que ambos, a su manera diferente, me revelaron horizontes ambiciosos y am­pliaron mi visión de la vida en extensión y en profundidad.

Con lenguaje ‘spengleriano’ podría decirte que uno es de la escuela de Apo­lo y el otro de la de Dionisio. Bustaman­te es sereno, ponderado, con un fuego interior controlado en la expresión gala­na y el ademán sobrio. Rodríguez, en cambio, es dionisiaco, vehemente, car­gado de pasión, con un fuego que se le agota, a veces, en un jadeo y que en otras estalla en una imprecación. Pero ambos son músicos aunque no lo quie­ran y aman las palabras. El fondo y la forma se acoplan en ellos naturalmente y les dan un estilo. En uno, como en Goethe, el equilibrio es la meta y la serenidad, la senda. En otro, como en Beethoven, la meta es inalcanzable y sólo el camino cuenta; y lo recorre apa­sionadamente y haciendo pascanas para drenar el dolor, irisado de anhelos, jadeante de fatigas y ensueños.

Rodríguez debe ser algunos años ma­yor que Bustamante; pero práctica­mente estos arequipeños son coetá­neos. Sin embargo, por lo que sé, su evolución espiritual fue diferente y el afecto que ahora los vincula nació sólo en la edad madura.

Bustamante proviene de viejas familias arequipeñas que hicieron de la aus­teridad y del recato una norma insobor­nable. Por eso la sobriedad y la mesura en el ademán y en la palabra, tienen en don José Luis un origen ancestral y él, en ese aspecto, es la expresión de una herencia. Pero nacido a fines de un si­glo, creció para ser niño y adolescente en los albores de otro que se proyecta­ba hacia el futuro como una promesa de novedades o como un quemante pro­blema por resolver. Y con una inteligen­cia sorprendentemente lúcida y alerta, que rompió con severa audacia los mol­des tradicionales en que fue cultivada, aceptó el reto de su hora y se aplicó con terca devoción a buscar soluciones a los viejos problemas insolutos. El dere­cho y la política fueron, inevitablemen­te, los caminos que se le abrieron. Pero no el derecho sólo como esgrima en que la dialéctica hace de espada; y no la política como medio de vida o de en­cumbramiento social; sino el Derecho y la Política como herramientas lícitas e indispensables para la búsqueda de la justicia y de un mundo más equilibrado y más pleno. Y así el poeta afloró en el sueño de un mañana más justo y en la subordinación a la palabra medida y al adjetivo cabal. Pero músico desde el fondo del alma, la palabra, escrita o hablada, tiene en él la cadencia de una partitura. Y no sólo en sus poemas que conocen tan pocos, sino en sus confe­rencias, sus discursos y sus charlas. Cuando escuché sus primeras clases y leí sus primeros escritos, no me intere­sé, en verdad, por el contenido sino por la forma. Me gustaban sus períodos bien cortados, el orden de su exposi­ción, la gracia con que los adjetivos redondeaban el significado de los sus­tantivos, la plenitud, en suma, del idio­ma. Sólo después me percaté de que debajo de esta forma, tan meticulosa­mente cuidada, navegaba en la sombra la angustia del buscador de soluciones, el afán interior del cazador de verdades y la pudorosa piedad del caballero cris­tiano. Y esta angustia, este afán y esta piedad, verdaderos protagonistas de su drama humano, lo llevarían a la política, como portador de un sueño, para ser golpeado rudamente, para descubrir que un hombre solo, y solitario, no pue­de modificar un mundo imperfecto; pero sí puede, si tiene coraje, abstener­se de escupir por el colmillo, como los bravucones, para defender la conviven­cia democrática; y puede también con­servar la dignidad y el decoro y encen­der una antorcha para que otros la re­cojan, encendida, en la posta de la vida. Su concepción de un orden cristiano, fraterno y creador, de hondas reformas sin violencia, son, en el fondo, su aporte constructivo a la vida de un país que despierta, en una hora confusa, con el sueño de un verdadero amanecer.

Mi amistad con estos dos hombres, tan distintos y, ahora, tan entrañable­mente amigos, es uno de los muchos regalos que me ha hecho la vida.

De Bustamante conocí unos poemas muchos años antes de, que supiera quien fue el autor. Siendo muy niño se organizó una función de caridad en la que se representó ‘Blanca Nieves y los Siete Enanitos’. Bustamante, según lo supe mucho después, fue quien esceni­ficó el cuento y lo vertió en versos pul­cramente cortados. Yo debí ser el sépti­mo de los enanos; y recuerdo todavía buena parte de los parlamentos del ‘Príncipe Encantador’ y, por supuesto, lo que los enanos debíamos decir:

“Ya no somos pobres gnomos
sino pajes encantados,
con ricos ropajes
y luengos plumajes;
que derrocharemos
las riquezas todas
que hemos reunido
con sudor y llanto
…y tanto quebranto”.

Que me perdone don José Luis si éstos no son, exactamente, los versos que él escribió; pero la verdad es que los aprendí siendo tan niño que no re­cuerdo haberlos leído nunca. Y debí ser muy pequeño en verdad, porque no entendí entonces la razón por la que fui expulsado de la compañía teatral. Yo debía decir, en algún momento, refiriéndome a Blanca Nieves: “Que sea nues­tra mamá”. Pero enmendándole la pla­na a don José Luis y dando una razón práctica y nutritiva a una frase que de­bía tener sólo una finalidad lírica, excla­mé en un ensayo, muy sensatamente: “Que sea nuestra mamá... pa’ que nos dé tetita”. Las risas corearon mi impro­visación; y aunque en diversos tonos se me dijo que debía suprimir el añadido, el recuerdo de mi éxito inicial me indujo a repetirlo en el ensayo final. El resultado fue mi expulsión. Fui reemplazado por Mañuco Zereceda, que tuvo que here­dar mis atuendos.

Pero mi amistad con Bustamante se inició en mi juventud, cuando fui su alumno en la Universidad. Entonces mi hermano Juan Manuel y Alberto Soto trabajaban como practicantes en su estudio y la admiración que le tenían, y que han mantenido sin fisuras, incitaba mi curiosidad. En una ocasión reempla­cé por breves días a Alberto Soto como amanuense; y de esta época recuerdo una anécdota que lo pinta realmente. Me dictó un largo alegato; y en la noche me llamó por teléfono para pedirme un servicio —pues don José Luis no daba órdenes—; que en un acápite determi­nado modificase una palabra por otra, de significado muy similar. Intrigado por la importancia que concedía a algo que parecía sin importancia intuí la razón: la segunda palabra, en el período, `sonaba’ mejor. La preocupación por la forma como la obsesión por lo justo y lo legítimo es posible que, en más de una ocasión, hayan significado trabas para el hombre de Estado; pero revelan al poeta y al moralista.

Cuando don José Luis iba a cenar a casa de mis padres o me encontraba con él en alguna reunión, jamás hablába­mos de derecho sino de literatura. Y recuerdo que una noche, en mi casa, entusiasmado por unos poemas de Ro­dríguez que recité y él no conocía, nos regaló recitándonos poemas de su pro­pia cosecha, que no ha publicado ja­más. Y así nació una amistad que se fue estrechando con los años. Mientras fue Embajador del Perú solía escribirle eventualmente; y cuando regresó al Perú como candidato a la Presidencia y llegó a Arequipa antes de viajar a Lima, me llamó para preguntarme “si tendría inconveniente en servirle de amanuen­se” en la redacción del discurso que pronunciaría en la capital y que fue uno de los discursos más hermosos y más cargados de mensaje que ha producido.

Sin voluptuosidad de poder, requisi­to casi indispensable para ejercer el mando, don José Luis asumió la Presi­dencia como un deber, con entereza pero sin gozo. La euforia de la libertad reconquistada, la prepotencia del único grupo político organizado entonces, los apetitos de los viejos sectores desplaza­dos del poder y la crisis financiera des­atada por el término de la segunda gue­rra mundial, que determinó la caída de los precios de los artículos de exporta­ción, acumularon nubes de tormenta sobre el horizonte. Y ‘la primavera de­mocrática’, tan ardorosamente defendi­da por un hombre limpio, terminó con un golpe frustrado el 3 de octubre y con otro golpe de Estado triunfante el 27 del mismo mes de 1948. Yo estaba enton­ces en Buenos Aires y recibí a don José Luis en el exilio. Y durante un mes, pues mi carrera diplomática terminó también el 27 de octubre, estuve todos los días con don José Luis, que almor­zaba o comía en mi casa. Sin acrimonia, yo diría que incluso sin rencor, exami­naba en nuestras largas charlas todos los aspectos positivos y negativos de su gobierno, los errores de los grupos y sus propios errores, su exagerada con­fianza en la lealtad de los hombres y en la lealtad a los pactos, los raíces profundas de ‘una crisis que se juzgaba sólo por sus efectos exteriores y superficia­les y la necesidad de movilizar la con­ciencia cívica del país, no para reponer­lo en el mandato que se le había arreba­tado, sino para crear el equilibrio de fuerzas sin el cual jamás podríamos los peruanos constituir una democracia. Y el gobernante derrocado no pensaba en él sino en el país. No añoraba el Poder. Quería sólo trocar su experiencia dolo­rosa en un mensaje de esperanza, sacar conclusiones para que otros enmenda­ran los rumbos. El poeta del Derecho quería hacer de la ley un instrumento eficaz de perfeccionamiento y de justi­cia. Y su anhelo, su sueño, se vertió en cientos de cartas a sus amigos, en cien­tos de mensajes en los que no había ni queja ni amargura sino sólo palabras de aliento para que la antorcha encendida se mantuviese viva, para que se retoma­se, sin sangre, el camino civilizado de la democracia hasta convertirla en la me­jor costumbre; y para que se hiciese conciencia su convicción honesta de que una mañana con luz de alborada sólo puede ser el fruto de una larga noche de esfuerzo y sacrificio. De él aprendí que vivimos tiempos de dar y no recibir y que lo que importa, para quienes asumen responsabilidades, no es reclamar derechos sino cumplir de­beres. Aunque la incomprensión, o fuerzas que a veces son más fuertes que los hombres, trunquen muchos esfuer­zos y derriben muchos luchadores. Siempre que queden corredores en la posta.

Esos días difíciles de Buenos Aires tuvieron también alguna compensación para don José Luis. El cálido afecto de sus amigos, demostrado en múltiples formas, llegaba a él ya limpio de toda sospecha de interés, como una colecti­va voz de aliento; y después de tres años de vivir en Palacio, permanentemente resguardado —como un volun­tario prisionero— volvió a conocer el placer de ser un ciudadano cualquiera, de caminar libremente por las calles sin plan y sin horario. Recorríamos juntos Corrientes y Florida, las famosas calles bonaerenses, mirando los escaparates. A veces entrábamos a algún café a to­mar un aperitivo. En otras ocasiones paseábamos frente al río disfrutando de la brisa en ese noviembre cada vez más cálido. Y el reencuentro con la libertad, para quien había vivido enclaustrado y había recorrido las calles de Lima, du­rante tres años, sujeto a horarios y cus­todia, fue un placer renovado. Vagar por las avenidas sin plan ni concierto, charlar sin apremio, volver otra vez, eventualmente, a hablar de literatura, retornar a la confidencia, examinar con calma los problemas del Continente y del propio país, fueron bálsamos para el espíritu herido, fórmulas espontáneas para que un hombre libre mantuviera el equilibrio. Cuando, al cabo de un mes, tuve que regresar al Perú con mi familia para rehacer mi vida, sentí de veras mi partida, por don José Luis y por mí. Sobre el plinto de un viejo afecto habíamos levantado una honda amistad, que se ha afirmado en los últimos 20 años. El mandatario derrocado un solo encargo me dio para sus amigos del Perú: que se aplicaran con tenacidad y con paciencia a la formación de un partido político. Mientras exista —me decía— un solo partido organizado como el Apra y, frente a él sólo agrupaciones electora­les eventuales, jamás habrá democracia en el Perú; y el país seguirá oscilando entre la dictadura castrense y la prepo­tencia, inevitable, del grupo único. Y esta recomendación está en la fuente del camino que desde entonces seguí, que a lo mejor no es siquiera el camino que hubiera escogido mi corazón, de acuerdo con mis propias inclinaciones.

Podrías preguntarte, pequeño, por qué te hablo en una sola carta de dos figuras humanas tan aparentemente distintas, tan dignas, cada una de ellas, de una estampa singular. Y podrías también preguntarte por qué las mez­clo en el recuerdo. Y quizá no pueda explicarte del todo las razones. El he­cho de que ambos hayan llenado, casi, su periplo, aunque están en aptitud de darnos todavía más de una sorpresa, no es una respuesta satisfactoria. Creo que las he mezclado porque el Argo­nauta y el Buzo incidieron en mi vida en momentos cruciales. Porque uno me aceptó en su nave en días de tormenta para hacer mirar el drama de nuestro tiempo con la angustia que la vida recla­ma para tomar decisiones. Y porque el otro me metió en su escafandra para hacerme contemplar la trágica y miste­riosa grandeza del interior del hombre.

Por eso te dije que debo mucho a Bustamante y a Rodríguez. Sé, por cier­to, como te he comentado en otra oca­sión recordando a Saint-Exupery, que cada ser humano es un universo que se alumbra con su propia luz, sea ésta mortecina o brillante. Pero sé también que vivimos dentro de una constelación humana y que reflejamos, sin quererlo, los rayos más luminosos. Con ellos también nos alumbramos, incluso cuando rechazamos, total o parcial­mente, su luz. Y eso nos ayuda a com­prender y a vivir y, a veces, a actuar. Por eso, pequeño, porque sé, por expe­riencia, lo que significaron para mí don José Luis y César Atahualpa, quisiera que en tu vida encontraras un Argonau­ta y un Buzo. Con lenguaje infantil po­dría decirte que es como subir y bajar en un funicular adosado a la montaña fabulosa de la vida.



“CUANDO estudies la Historia del Perú Republicano sabrás que Don José Luis, además de maestro y autor de ensayos jurídicos y sociológicos, fue el líder civil de la revolución de 1930 que derroco a Leguía en un intento de restablecer las libertades”. MARIO POLAR UGARTECHE.

“Sabrás que en 1945, en las primeras elecciones limpias y autenticas es muchos lustros, fue elegido Presidente de la Republica; que posteriormente fue elegido Presidente del Tribunal de la Haya, el mas alto tribunal de la tierra”. MARIO POLAR UGARTECHE.