EN ninguna circunstancia de la vida se aquilata mejor el valor de la amistad que en los momentos difíciles en que un hombre no tiene otro título que el de amigo. Como amigos están ustedes aquí y como amigo les digo gracias.
He dicho mal al expresar que no tengo más título que el de amigo, tengo otro título: el de Presidente de la República.
Soy todavía presidente del Perú.
Seguiré siéndolo hasta que transponga las fronteras de mi Patria y aun más allá de esas fronteras, pues la fuerza es la que me saca. Pero tengo la satisfacción serena y firme, como cumple a la investidura de Presidente, de haber contestado a quienes pretendieron que yo entregara él cargo o que formulara mi renuncia, que un Presidente de la República no dimite porque su mandato emana del pueblo. Esas fueron esta mañana, en el Consejo de Ministros, mis palabras, porque el mandato sagrado del pueblo lo debe retener un Presidente mientras viva o hasta que la fuerza se lo arrebate. He pensado siempre que la investidura presidencial y la autoridad que comporta es un legado sagrado que pertenece a la Nación, del cual el Presidente es sólo un depositario y, como depositario de él, debe conservarlo.
He manifestado que en estas circunstancias no podía yo hacer entrega de mi mandato ni transferirlo a otras manos. Y que de este Palacio se me sacaría muerto o prisionero: Voy, a salir prisionero.
No digo estas palabras con amargura, las digo con la mayor serenidad, pero quiero aprovechar de la circunstancia de estar rodeado de un grupo de amigos para decirles que lleven su testimonio a mi pueblo de esta declaración pública que hago.
La historia es la que juzga los actos de los hombres públicos. Quiero que recoja estas palabras, que recoja la actitud que ha tenido un Presidente que, sin alardes, sabe que ha sido un Presidente con buena intención y que sale de su país llevando limpia y alta la frente y conservando intacto aquel legado que recibió del pueblo.
Yo les pido a ustedes algo que también está en el fondo de mí espíritu: FE. Fe en los destinos del país. No es hora de amarguras, es hora de construcción y de esperanzas. No desmayemos: creamos en el Perú.
Nuestro pueblo está llamado a destinos muy altos. Las crisis en los países no son cosas de hoy, han sido fenómenos de siempre; pero de las grandes crisis surgen los grandes remedios. Hagamos un Perú grande y ustedes, los que quedan, son los encargados de realizar esta obra.
Desde lejos yo los he de acompañar con todo el fervor patriótico de mi espíritu. Lo único que me llevo es la Patria en mi corazón.
Lima, Palacio de Gobierno, Octubre 29 de 1948.
Al partir al destierro, entre Honorio Delgado, su esposa María Jesús y su hijo José Luis Bustamante, pese al acecho de los militares, no cayo bajo sus garras. Se mantuvo firme. Y pese al peligro, no tuvo temor, ni se asilo en una embajada. Hubiese sido indigno. F. Igartua - Oiga 24/01/1994.
He dicho mal al expresar que no tengo más título que el de amigo, tengo otro título: el de Presidente de la República.
Soy todavía presidente del Perú.
Seguiré siéndolo hasta que transponga las fronteras de mi Patria y aun más allá de esas fronteras, pues la fuerza es la que me saca. Pero tengo la satisfacción serena y firme, como cumple a la investidura de Presidente, de haber contestado a quienes pretendieron que yo entregara él cargo o que formulara mi renuncia, que un Presidente de la República no dimite porque su mandato emana del pueblo. Esas fueron esta mañana, en el Consejo de Ministros, mis palabras, porque el mandato sagrado del pueblo lo debe retener un Presidente mientras viva o hasta que la fuerza se lo arrebate. He pensado siempre que la investidura presidencial y la autoridad que comporta es un legado sagrado que pertenece a la Nación, del cual el Presidente es sólo un depositario y, como depositario de él, debe conservarlo.
He manifestado que en estas circunstancias no podía yo hacer entrega de mi mandato ni transferirlo a otras manos. Y que de este Palacio se me sacaría muerto o prisionero: Voy, a salir prisionero.
No digo estas palabras con amargura, las digo con la mayor serenidad, pero quiero aprovechar de la circunstancia de estar rodeado de un grupo de amigos para decirles que lleven su testimonio a mi pueblo de esta declaración pública que hago.
La historia es la que juzga los actos de los hombres públicos. Quiero que recoja estas palabras, que recoja la actitud que ha tenido un Presidente que, sin alardes, sabe que ha sido un Presidente con buena intención y que sale de su país llevando limpia y alta la frente y conservando intacto aquel legado que recibió del pueblo.
Yo les pido a ustedes algo que también está en el fondo de mí espíritu: FE. Fe en los destinos del país. No es hora de amarguras, es hora de construcción y de esperanzas. No desmayemos: creamos en el Perú.
Nuestro pueblo está llamado a destinos muy altos. Las crisis en los países no son cosas de hoy, han sido fenómenos de siempre; pero de las grandes crisis surgen los grandes remedios. Hagamos un Perú grande y ustedes, los que quedan, son los encargados de realizar esta obra.
Desde lejos yo los he de acompañar con todo el fervor patriótico de mi espíritu. Lo único que me llevo es la Patria en mi corazón.
Lima, Palacio de Gobierno, Octubre 29 de 1948.
Al partir al destierro, entre Honorio Delgado, su esposa María Jesús y su hijo José Luis Bustamante, pese al acecho de los militares, no cayo bajo sus garras. Se mantuvo firme. Y pese al peligro, no tuvo temor, ni se asilo en una embajada. Hubiese sido indigno. F. Igartua - Oiga 24/01/1994.
Forzosa despedida. Dijo: “No firmo”, y salio de desterrado en su condición de Presidente de la Republica. Sin Renuncias. F. Igartua - Oiga 24/01/1994.
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