martes, 2 de junio de 2009

Hoy continua la lucha por la democracia en el Perú – Oiga 24/01/1994

Al intentar una aproxi­mación a la personalidad y al pensamiento del doctor José Luis Bustamante y Rivero, ex presidente de la República y patriarca de la democracia peruana, OIGA dedicó a este fin numerosas páginas de su edi­ción de la semana pasada. A pesar de ello, no logramos agotar el tema. Busta­mante es, quien sabe, el personaje más complejo e interesante de nuestra con­vulsionada historia política. Es, sin du­da, el presidente más culto, el más estu­dioso del pasado y la realidad peruanos, el más inquieto por el porvenir patrio, el más preocupado por las carencias y padecimientos de las masas, el político con mayor inquietud cívica llegado a Palacio de Pizarro, el más atento en hacer de la presidencia docencia, ins­trumento de servicio a la comunidad nacional. Todo esto sin que se le nota­ra, así como era difícil advertir a prime­ra vista su pulcra elegancia en el vestir. Era arequipeñísimo, provinciano, casi un poeta de aldea, pero oteaba desde su campanario, mejor que otros, el mundo entero. Aborreció el cosmopolitismo, como Unamuno. Y, como el rector de Salamanca, tuvo reconocimiento uni­versal en vida. Fue presidente del Tri­bunal de La Haya y pacificador en Cen­troamérica.

En las páginas dedicadas por OIGA la semana pasada al doctor José Luis Bustamante y Rivero, apenas dejamos en­trever algunas facetas de su riquísima personalidad. Y, hoy, con la colección de cartas de Bustamante a su fiel amigo don Benjamín Roca Muelle, que el hijo de éste ha puesto en nuestras manos, se hace notar aún más la pobreza del homenaje de OIGA a tan insigne com­patriota.

Se trata de un largo epistolario, pre­cedido por algunas notas de la campaña electoral de 1945. La primera orden que el candidato Bustamante les trasmite a sus partidarios a través del Secretario General del Frente Democrático, Ben­jamín Roca, lo retrata de cuerpo entero. Es el político dispuesto a cumplir con la palabra empeñada en el Memorándum de La Paz: su gobierno sería de transi­ción a la democracia y, por lo tanto, su preocupación principal tendría que ser la docencia cívica. A tal objetivo con­creto apunta esta directiva, a distancia sideral de lo que hoy se observa en el gobierno:

“He advertido que en los últimos días, el tono de los órganos de prensa que propician mi candidatura se va tornando agresivo y a veces francamente inconveniente”.

“Esta modalidad de nuestra prensa contraría las claras recomendaciones de mi Memorándum de 13 de marzo y desdice de nuestra cultura cívica. Rue­go, pues, a Usted se digne suplicar a todos los Sres. Directores de órga­nos periodísticos que en esta capital o lugares próximos hacen la defensa de mi candidatura, quieran ajustarse en sus artículos e inserciones a las normas de moderación, compostura y dignidad cívica que deben inspirar todas nues­tras actitudes. Igual pedido debe dirigir­se, mediante los Comités Departamen­tales del Frente Democrático, a los pe­riodistas que en el resto del país acom­pañan nuestra causa”.

Al leer estas líneas, hace un par de días, ante algunos amigos, nos descon­certó escuchar la lamentabilísima ex­clamación siguiente: “¡Este señor pue­de ser presidente de otra parte, no del Perú!”. Era, por un lado, no la rendida admiración a la integridad del político que así se expresaba, como debería ser, sino el estupor ante tanta rectitud; y, por otro, la absurda creencia de que el Perú no se merece un dirigente tan ho­nesto, de tan alturadas miras. Estos buenos amigos no entendían que, justa­mente, los males del Perú parten de la falta de fe en la patria y necesitaban entonces y necesitan ahora docencia cívica desde lo alto. El Perú requiere ante todo y sobre todo educarse y no podrá lograrlo si, como ahora, la arbi­trariedad, la violación de la ley, el capri­cho, son las normas que rigen la conducta del gobierno. Con tan mal ejem­plo, viendo premiado con una larga presidencia al que violó la Constitución y se burla del orden jurídico imponien­do su voluntad cada vez que le viene en gana, los males del Perú continuarán siendo los mismos que, en 1945, don José Luis Bustamante se propuso des­terrar, como paso previo al desarrollo nacional. Fue un intento lamentable­mente fallido por culpa de la apatía ciu­dadana, de la falta de fe en el Perú y en los peruanos, de un extraño desencan­to de algo que ni siquiera se ha iniciado, de la abulia que nos caracteriza y nos va hundiendo. De esa amodorrada molicie contra la que hay que reaccionar con vigor, como aconsejaba don José Luis Bustamante en su última entrevista, concedida a OIGA el 20 de enero de 1984. Esta charla —sin grabadora, a pedido del patricio— se publicó el 23 y ese mismo día, en gesto que lo retrata, acudió don José Luis a las oficinas de OIGA, ubicadas en aquella época en San Isidro, en un altillo de difícil acceso, para instarnos a seguir en la brega y agradecer la publicación a nuestro di­rector y al autor de la entrevista. En realidad el agradeci­miento lo merecía él por sus ejemplares actitudes públicas y privadas, por su mensaje que no dejará de tener palpi­tante actualidad mientras el Perú no se incorpore a la vida civilizada, al orden jurídico, a la democracia. Hasta que no se haga realidad esa pacífica conviven­cia dentro de una honesta discrepancia por la que han luchado, durante mu­chos años, tantos peruanos ilustres. No somos, si repasamos nuestra historia y nos detenemos en hombres como Bus­tamante, un país de mala muerte, de pobres diablos.

He aquí, a continuación, la última entrevista al doctor José Luis Bustamante y Rivero. En otras entregas iremos comentando las cartas del ex pre­sidente a su amigo Benjamín Roca, fe­chadas desde el 10 de noviembre de 1948 al 5 de setiembre de 1967. Son cartas conmovedoras, la mayoría des­de el destierro —de destierro a destie­rro, ya que pronto Benjamín Roca tam­bién saldría exiliado y se afincaría en Nueva York, mientras Bustamante pa­saba de Santiago a Buenos Aires y des­pués a Europa—; cartas que reflejan las últimas angustias personales de Busta­mante y Roca, así como la acrisolada honestidad de ambos. Políticos ‘tradi­cionales y corruptos’ que ponen sobre la mesa sus preocupaciones económicas con una simplicidad conmovedora. Varias son las cartas de don José Luis Bustamante y Rivero puntualizando los detalles de un cheque por mil dólares para que le abran en Nueva York una cuenta, ya que estaba planeando, sí lograba una cátedra universitaria, tras­ladarse a esa ciudad, a pesar de la cohibición que le producía su desconoci­miento del idioma inglés.

Leamos la entrevista:

Desde el 18 de mayo de 1980 azota al país una ola de violencia que provoca honda preocu­pación respecto del fu­turo del Perú. ¿Cómo analiza usted esta situación?
—Es cierto: una ola de violencia azo­ta no sólo a nuestro país sino al mundo entero. Entre nosotros, yo me aventuro a creer —sin tener pruebas materiales pero sí con una especie de intuición fundada en la experiencia de la vida— que esa ola de violencia no es fruto ex­clusivo del malestar que pudiera haber en el país. Tengo la impresión de que hay de importado, de ajeno, en la vio­lencia que se viene advirtiendo en el Perú. Aparte de esa presunción de que hay mucho de ajeno en la violencia, existe el hecho de que hay que acabar con ella. Y en un gobierno democrático, la violencia se ataja con la ley. El reme­dio para la violencia es la imposición de la ley. Pero ése no es el único camino, porque no enfrenta todas las causas de la violencia. En nuestro país, la función de gobernar es compleja y exige la aten­ción de las circunstancias de la vida de los habitantes en condiciones muy dife­rentes a las de los habitantes de un país plenamente civilizado. Y entonces, pa­ra atajar las causas de la violencia, nece­sitamos escudriñar la intimidad de nuestra convivencia. El Perú es un país rico en recursos pero pobre en realiza­ciones; y pobre muchas veces en hom­bres capacitados para procurar satisfa­cer las necesidades de la población. Tenemos graves fallas en nuestra orga­nización sociopolítica. Hay ignorancia, y ésta es foco de muchos males, entre ellos la incapacidad de trabajar fructuo­samente con verdadera productividad económica. La organización estatal no ha alcanzado un grado de perfección, nuestro Estado es deficiente. Y entonces, la vida del pueblo peruano no es holgada. Las clases populares llevan una vida escasa y de miseria. ¿Por qué no reconocer que esa situación misera­ble que existe en muchos de los habi­tantes del Perú es una de las causas de la violencia? ¿Por qué no reconocer que esa causa se removería si tuviéramos una organización estatal más suficiente que mejore el nivel de vida de la pobla­ción? Tenemos una desfavorable dife­rencia de clases sociales. Junto a clases muy pudientes hay clases de extremada necesidad. Vivimos entre extremos y no hay en la vida colectiva solidaridad suficiente entre las clases sociales. El magnate poderoso no siente suficientemente la miseria del hijo del pueblo. Hay que darle sensibilidad al magnate y hay que borrar de la mente del hijo del pueblo la idea de venganza o la costum­bre de la reclamación airada y violenta. Aproximar los extremos es otra de las maneras de mejorar la situación social y evitar la violencia.

A raíz de esta ola de violencia han surgido voces pidiendo diálogo entre el gobierno y los subversivos. ¿Considera usted adecuado este tipo de propuesta?
—A mi juicio, el diálogo es posible allí donde hay buena fe. Hay que saber con quién se dialoga. Y no se puede dialogar con personas malévolas que tienen el deliberado propósito de hacer el mal por encima de todo.

¿Cuál es su opinión sobre el compor­tamiento de los medios de comunicación en el Perú?
—En una democracia, la función de los medios de comunicación es funda­mental. Yo llevo a verla como una espe­cie de necesario complemento de la función directiva del gobierno. Un go­bierno sin prensa o con una prensa mal orientada no puede jamás gobernar bien. En nuestro país, la orientación de las comunicaciones no alcanza un nivel suficientemente satisfactorio. La fun­ción de orientar a la opinión pública no es ejercida con la deseable pulcritud. Hay con frecuencia noticias sensacio­nalistas y malintencionadas, sobre todo en el terreno político. El sensacionalis­mo deforma la realidad, atribuye a de­terminadas cosas importancia que no tiene o le niega validez a lo trascenden­te; en suma, desfigura la verdad. Esta orientación se percibe claramente en ciertos órganos y revela un principio de mala fe. Y no debe ser así, porque ello afecta la armonía social.

¿Piensa usted que en el Perú se ha afirmado la democracia o que el péndu­lo sigue acechando?
—No quiero ser profeta, ni estoy ha­bituado al vaticinio del futuro y por otro lado estoy muy alejado de la política activa como para hacer pronósticos. Frente a la política del péndulo, sin pen­sar en que haya de producirse obligada­mente entre nosotros, creo en la políti­ca de colaboración social. La colabora­ción es unión, acuerdo, armonización de puntos de vista diferentes, con la finalidad sana y noble, como meta final, de consolidar la democracia. No hay por qué llegar a extremos de violencia ni tampoco dislocar la armonía colecti­va.

¿Considera usted posible que el Perú evolucione en el futuro cercano hacia el, bipartidismo? ¿Opina usted que es be­néfico este tipo de sistema?
—El bipartidismo es la señal de un grado de evolución política más alto del que tenemos. Nuestra vida política dis­ta de la perfección, no ha sido consoli­dado lo suficiente como para permitir que se traduzca en bipartidismo. Existe en el Perú un ansia de soluciones que se traduce en un gran número de partidos políticos. Pero creo que a medida que se vaya depurando nuestra vida política podrá llegarse al bipartidismo, que con­sidero útil, porque implica escoger no entre doce sino entre las dos mejores opciones para nuestra idiosincrasia.

Hay quiénes dicen que últimamente en el Perú se está dando un fenómeno de apatía colectiva. ¿Es correcta esta apreciación a su juicio?
—Percibo en la vida pública del Perú un exceso censurable de abulia, de apa­tía, de indiferencia hacia la cosa pública y de apartamiento de la vida política, tal vez por efecto del miedo frente a la audacia de políticos extremistas. Esto nos hace daño. Yo soy un predicador del entusiasmo y del optimismo. Por­que el pesimismo no es constructivo ni deseable. En el Perú tenemos la materia prima para progresar políticamente: una clase social apartada de los parti­dos pero que con su diaria labor colabo­ra con el fortalecimiento de la democra­cia. Me refiero a la clase media. La exis­tencia de una clase media en el Perú indica que nos hemos modernizado, puesto que en nuestro país faltaba la clase media, teníamos los dos extre­mos, los poderosos y los humildes. Esa clase media, adecuadamente motivada, puede ser el núcleo vigoroso y sólido de un movimiento que nos lleve hacia me­tas que justifiquen el optimismo del que estoy haciendo gala ahora.

Para finalizar. Usted, que fue profe­sor durante mucho tiempo, ¿cómo ve a la juventud peruana universitaria actual comparada con la de anteriores décadas?
—La juventud de décadas pasadas trabajaba y se desvivía por imponer ciertos derechos en la universidad. Hoy en día las reivindicaciones estudiantiles han sido en su mayoría logradas y los maestros han comprendido que en los alumnos no deben tener sólo discípulos sino en cierto modo colaboradores inte­lectuales. Hoy como ayer, el joven estu­diante tiene derechos que reclamar dentro de la función educativa, y no se le puede atajar la espontaneidad de su talento. No hay por qué subestimar ni menospreciar el aporte que el estudian­te puede llevar a la vida universitaria. Lo que pasaba antes era que la universidad no salía a la calle, vivía una vida pura: mente docente, pero con un sentido incompleto de docencia, porque no era actor del cambio. La concepción mo­derna que hoy rige es la del estudiante actor ejerciendo una hermosísima for­ma de magisterio: la libre y natural ini­ciativa de una mente joven y nueva que tiene mucho por comunicar. En ese sentido, la función del estudiante se ha agrandado. Ha dejado de ser un receptor de enseñanza y nada más; es ahora’ el discípulo preguntón. La función del estudiante en la vida de hoy es mucho más compleja que en décadas anteriores. Y por lo tanto se ha agrandado también la función del maestro, que tiene ahora una tarea intelectual más grande. Y yo le rogaría a la juventud de ahora que haya diálogo con sus maes­tros. Porque el diálogo es útil y bello, porque del diálogo surge la luz.






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