AQUI no tenemos tiempo de hacer un desarrollo académico, un estudio completo de la figura del maestro. Pero recordaremos el significado de su presencia en la política peruana.
I
Don José Luis aparece como Secretario de Asuntos Políticos de la Junta Revolucionaria de Arequipa el 22 de agosto de 1930. Allí contribuye decididamente al derrocamiento de la tiranía de Leguía. Y ese documento, el documento por el cual se presenta la insurgencia a la opinión pública, es el Manifiesto que redacta don José Luis.
Periodistas lo han llamado "el manifiesto más sensacional de nuestra vida republicana". Y uno, particularmente inteligente, Federico More, dijo que en ese documento la República "encontró algo como una declaración de amor".
¿Qué decía la voz de esa insurgencia? ¿Qué decía don José Luis? “Sufre el Perú -decía- los desmanes de un régimen corrupto y tiránico en el que se aúnan la miseria moral y la protervia política… (en el que se ha erigido) en ley suprema la voluntad despótica de un hombre… haciendo del Parlamento un hato de lacayos sumisos y voraces”.
Comienzan a sonarnos estas cosas como muy cercanas, como repetidas en la Historia de la República, como repetidas hoy: "Desde el punto de vista administrativo se esmera en desvincular las regiones… En el orden tributario, agobia al pueblo con lesivos impuestos, desproporcionados e injustos... Privó de una independencia al Poder Judicial... ha convertido los Municipios en agencias gubernamentales... cortando el vuelo al pensamiento en las Universidades intenta engañar a la opinión pública elevando la adulación al rango de virtud nacional".
Y, contra todo eso, el clamor de esa revolución era: "Vamos a moralizar primero y a normalizar después la vida institucional y económica del Estado". Decía don José Luis en ese manifiesto: "Haremos de la Honradez un verdadero culto nacional; por eso perseguiremos, sin dar tregua: hasta sus últimos refugios, a la banda de rapaces que se ha enseñoreado hoy en la Administración Pública, ha amasado y amasa fortunas a costa del Erario... Acabaremos para siempre con los peculados".
Así convocaba a los peruanos en 1930.
II
El segundo gran momento -para hablar sólo de los instantes cimeros de la vida política de don José Luis- es cuando, en 1945, encabeza el movimiento de recuperación de la democracia. Y en ese momento él ciñe, en ese documento extraordinario que se llama 'Memorándum de La Paz', las condiciones de aceptación de su candidatura. Es, también, una convocatoria.
Don José Luis, que ha sido acusado de traer con él a las izquierdas ateas, a las izquierdas anticlericales y antireligiosas, precisa, con nitidez, los conceptos: "Mi profesión de católico elimina de mi parte la posibilidad de cualquier acto de gobierno que modifique el estatus constitucional en esta materia". Y más adelante: "Respeto a las creencias religiosas individuales creo en la conveniencia de proscribir la intervención del clero en la política". Y después de ese deslinde, añade: "Me inclino a la consecución de una democracia cristiana". Es el 13 de marzo de 1945 y ya en el mundo brotaba el pensamiento demócrata cristiano y llegaba al poder, en Italia, con De Gasperi, y pocos meses después en Alemania, con Adenauer. Era -y es- un pensamiento distinto y distante del liberalismo del siglo XIX y rechazaba, al mismo tiempo, toda forma totalitaria de opresión de la conciencia.
Pero en ese momento, el gran compromiso al que se ajustó esa candidatura, y las fuerzas que la respaldaban, era un compromiso de transición a la Democracia verdadera y de simultáneo encauzamiento, a través de la Ley, de las necesidades populares.
Su preocupación por la ética en la política peruana no se limitó al poco habitual acto de colocar condiciones para aceptar su candidatura. El 28 de julio de 1945 Bustamante pronuncia palabras que parecen insólitas por proceder de las alturas del poder. Siempre dijo cosas insólitas, en verdad, porque siempre procuró renovar las mentes de los peruanos. Afirmó aquel día que él se proponía realizar una tarea pedagógica desde el poder. Estamos acostumbrados a escuchar a gobernantes que nos hablan de sus cambios económicos, de sus reformas sociales, etc. Resultaba sorprendente que un Presidente de la República admitiese que la misión del gobernante es educativa.
¿Qué quería decimos? Que no hay "administración correcta" sin un "fondo individual de honestidad". Qué no hay progreso en la cultura "sin respeto de la persona humana". Que no hay "política estable" si no hay una "plena conciencia de los deberes cívicos". Esa "obra educativa" del gobernante consiste, por lo tanto, en estimular los valores primarios y fundamentales en la ciudadanía. Ese humanismo ético de Bustamante está resumido en estas extraordinarias palabras de su mensaje de 1945: "Como el maestro, el estadista se va venciendo pacientemente su jornada. Y puede sentirse ufano si, a la vuelta de los días, ha logrado, como el maestro, ser en su pueblo un forjador de hombres".
Pero no le dejaron serlo. Las rencillas se desencadenaron. Se produjo el enfrentamiento entre dos fuerzas, dos fuerzas que fueron duras con el país y duras con Bustamante. Nosotros podemos preguntamos hoy: ¿Qué le sostenía? ¿Qué le hacía fuerte frente a las presiones 'del 'clan' y del Apra? Su serenidad. Un dominio de sí mismo que no disimulaba su naturaleza de agonista, de luchador cabal, de hombre en pugna por sus ideas, enfrentando -como los caballeros antiguos- sin miedo y sin tacha a las resistencias, a las agresiones que se oponían a la realización de sus nobles ideales. Y que venían del partido más fuerte y de los intereses más grandes.
III
Bustamante es político. Pero hay políticos de muchas clases. Sustancialmente hay dos, antitéticos, el político maquiavélico, que justifica su poder, y el político ético o cristiano ("el mayor hágase servidor de los demás"), para quien su presencia en el poder es para servir. No para dominar a los demás, como el -maquiavélico, sino para hacer de la política una colaboración de virtudes.
Fue Bustamante conciencia de nuestro pueblo, interpelación de nuestras conductas, aguijón para la acción. Sintió el deber de arrancamos del sopor acomodaticio, del disfrute egoísta, de las componendas que traicionan las necesidades populares. Quería la libertad, sí, pero no para hacer de la libertad "máscara de nuestra malicia" (San Pedro, 1-2-16), sino fuente de servicio. En Bustamante no hay prejuicios, no hay complejos, no hay rencores que lo movilicen o que busquen una insurgencia ciega en los ánimos heridos. En él no hay oposición entre el 'hombre de ideas' y el 'hombre de acción'. Encarnaba ideas en sus actos. En Bustamante, la inspiración de los principios, el trabajo intelectual, la vocación por el Perú y el testimonio de su conducta, se unifican y fusionan.
Sin ese connubio, la política es mero afán de poder, cínico disfrute, agresiva piratería o perverso mercado. Y fue así que quienes preconizan desde lados distintos la política 'real', quienes consideran natural que la autoridad política sea instrumento de sensualidad personal y ejercicio de prepotencia, desalojaron del poder a Bustamante, a la política 'ideal', a la ética en la conducta gubernamental. Y dejaron a Bustamante levantando estas virtudes cívicas en grado heroico.
Héroe, recordemos, no es el combatiente ciego que se arroja al fuego del enemigo, huyendo de la vida. Héroe es el que resiste, el que no cede terreno, aun al precio del sacrificio personal, Con inmolación, acepta de antemano el riesgo, el destino adivinado.
Bustamante supo erguirse, sin trepidar, ante las acechanzas de la prepotencia desorbitada y de la codicia usurera. No quiso salvarse haciéndose cómplice de éste o del otro bando. Sabía que en ambos extremos la Patria padecería. No podía traicionada.
Y así, cumplida la obra, avanzada la edad, hubiera sido explicable su silencio. Pero él no supo callar. Cada vez que veía a su pueblo maltratado o los derechos del hombre violados, proclamaba con firmeza su palabra, indicando la acción correctora, eficaz, valiente.
IV
Hoy mismo Bustamante nos emplaza con sus palabras de agosto de 1984. Son palabras acentuadas hoy en su contenido y en su urgencia: 'Debe surgir un gran movimiento de calificada convergencia democrática... Están en juego la satisfacción de las legítimas aspiraciones de trabajo, de alimentación, educación y salud de una población; la absoluta necesidad de garantizar por todos los medios la tranquilidad y la seguridad ciudadanas; la preservación decidida de los valores morales relativos a la identidad y a la integridad nacionales; el mantenimiento inquebrantable del régimen democrático".
En el centenario de su nacimiento, don José Luis Bustamante, como siempre, nos vuelve a convocar.
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