martes, 2 de junio de 2009

José Luis Bustamante y Rivero – La correspondencia – Oiga 7/02/1994

Ginebra, 27 de septiembre de 1955.

Mis queridos amigos:

Mi hijo me ha traído, a su regreso del Perú, sugerencias de varios de ustedes sobre la conveniencia de contemplar mi retorno al país para fundar un núcleo que recoja nuestros ideales políticos y para hacerme presente en la campaña cívica abierta en pro de la obtención de garantías efectivas durante el próximo período electoral.

Me ha hecho conocer también el de­seo que anima a un apreciable grupo juvenil de verse organizado a corto pla­zo, no sólo para emprender el programa de estudios sociales que he auspiciado en mi mensaje de julio, sino para actuar políticamente en la lucha electoral que se avecina.

Las duras experiencias recogidas de mi paso por la política no me mueven, por cierto, desde un punto de vista per­sonal a enrolarme de nuevo en ella; pero comprendo, a la vez, que desde un pun­to de vista cívico cabe considerar el deber que en este momento puede in­cumbirme de cooperar a esos objetivos, reclamados por el interés nacional. Y ante un requerimiento de esta índole, mi reacción no puede ser negativa. Com­parto, además, el criterio del elemento joven en el sentido de que la vibración que suscitan las actividades electorales puede representar ahora un factor de aglutinación y entusiasmo en el naci­miento de la nueva agrupación política; al paso que después de realizadas las elecciones, las cosas vuelven a su cau­ce, la euforia cívica se aquieta y falta calor al ambiente para esta clase de trabajos políticos.

He sabido también que ustedes juz­gan hoy más factible, mi regreso en vista de las manifestaciones hechas por Odría en su mensaje del 9 de septiem­bre, interpretadas por el órgano oficial la Nación’ como un anuncio de que se permitirá volver al Perú a los desterra­dos políticos no incursos en la Ley de Seguridad.

Ustedes habrán observado, sin duda, que la interpretación de la Nación va bastante más allá de las palabras del mensaje oficial, por lo cual aquel comen­tario debe tomarse con reservas y sin demasiado optimismo. No obstante, me doy cuenta de que una gestión mía plan­teando mi regreso serviría para descu­brir la verdadera intención del gobierno y compulsar el grado de seriedad de su oferta de garantías. Solicitaré, pues, un visado de reingreso.

Pero creo que una elemental sensatez aconseja condicionar mi vuelta al Perú a la existencia de ciertas circunstancias —ya del ambiente externo, ya del seno íntimo de nuestro grupo— que permitan atribuir viabilidad a los objetivos del proyectado viaje. Sería lamentable que mi presencia, lejos de ayudar al éxito de lo que creemos ser ‘la causa nacional’, perturbara posibles soluciones. Por otro lado, debe quedar establecido has­ta qué punto el aliento que yo preste a la organización política cuya fundación se proyecta contará con el respaldo de una determinación seria, firme y previamen­te sopesada por sus componentes. La creación de un partido implica sacrifi­cios, dedicación, acción decidida. Si unas y otras condiciones no existen, huelga cualquier intervención mía.

Y éste me parece el lugar adecuado para despejar todo equívoco sobre la forma en que, llegado el caso, me pro­pongo intervenir. Actuaré en mi esfera privada, como simple ciudadano, en un plan de cooperación personal o, si se quiere, de docencia cívica. Esta posición es, sin duda, la más a propósito para dar mayor altura a mi tarea y me permitirá mayor independencia para trabajar por la liberación moral y política del Perú.

Gobierno y pradismo son las dos fuer­zas que hasta hoy parecen retener la exclusiva de la actividad preelectoral. Reiteradamente se ha dicho que podría hallarse en gestación una tercera fuer­za, producto de la coalición de aquellos grupos que combaten al gobierno y que son desafectos a Prado. Ignoro si tal rumor ha llegado a objetivarse y si los integrantes de esa alianza han buscado el apoyo individual de mis amigos. Quie­ro sólo formular una hipótesis. Sabido es que mi mensaje ha levantado resis­tencias en muchos sectores. No es ex­traño que esta circunstancia inspire a algunos de los grupos de la posible coali­ción una actitud de repulsa a mi partici­pación en ella. Puede haber también otra clase de motivos políticos que a los ojos de algunos hagan preferible mi ex­clusión: la presencia de un ex Presiden­te derrocado es casi siempre un trapo rojo que concita las iras incontroladas del usurpador del Poder, quien trata de aplastar cualquier empresa en que aquel intervenga. Pues bien: deseo que se sepa que no tengo ningún empeño en figurar. Si los fines de la coalición son rectos y patrióticos —aunque no entrañen ideas sociales todo lo avanzadas que quisiéramos— puede ser conve­niente que mis amigos se incorporen a ella aun sin participación mía. Hay que prever esta situación y sondear la posi­bilidad de que se produzca antes de dar yo el paso de mi regreso.

Permítaseme una conjetura más. Sea que nuestro Movimiento haya de actuar solo o incluido en una convención electo­ral, cabe la eventualidad de que por no llegar a plasmarse una tercera candida­tura de oposición, queden solos en la arena el candidato gobiernista y Prado; y de que entonces la coalición o los elementos del Movimiento mismo opten, como caso extremo, por apoyar al segundo como expresión de rechazo al primero. A esto se ha dado en llamar “evitar el mal mayor”. Personalmente creo que una verdadera oposición debe alzar su propia bandera aunque vaya a la derrota; pero yo podría objetar una decisión de mis aliados o de mis amigos en favor de Prado sin incurrir en una coac­ción de su libertad cívica. Por eso ruego a los segundos que, si tal emergencia se previera, me hagan desde ahora la mer­ced de relevarme de toda intervención en la organización del Movimiento o en el proceso político peruano. Convicciones muy arraigadas me vedan tener actua­ción ninguna en trabajos que pudieran desembocar en semejante solución.

Y ahora, miremos dentro de casa. No podemos ocultarnos a nosotros mismos que algunas de las ideas sociales y eco­nómicas expuestas en mi mensaje de julio han suscitado controversia en el seno mismo de nuestro grupo. Algunos de los nuestros consideran aquellas ideas demasiado avanzadas o inaplica­bles; otros las aceptan y querrían verlas puestas en obra. Fenómeno, por lo de­más, perfectamente legítimo y democrá­tico; pero no por eso menos cargado de consecuencias en lo que atañe a la uni­dad espiritual del grupo. Pienso que es ésta una materia acerca de la cual debe­rán —con plena libertad— pronunciar­se mis amigos al tratar de dar programa al Movimiento político que se tiene en mientes. Yo no fijo cartabones ideológi­cos inflexibles: enuncio, sí, una orienta­ción general francamente socializante, acerca de la cual no creo existan discre­pancias. Cabría, pues, concebir la adop­ción inmediata de un conjunto de enun­ciados mínimos inspirados en las ideas éticas, sociales y políticas que llevé al gobierno; y someter, con plazos peren­torios, a los ‘seminarios de investiga­ción’ del propio Movimiento el estudio referente a la proporción y al ritmo con que deben proclamarse los objetivos realizables del que se diría plan máximo (reforma agraria, reforma tributaria, etc.) —Presumo que se considera inclui­dos entre los enunciados iniciales o mí­nimos temas tales como la descentrali­zación, las cooperativas indígenas, la asignación al indio de tierras no aprovechadas y vacantes, la intensificada inter­vención de los organismos técnicos internacionales en los planes de mejora­miento indígena y social, etc.

Si nuestro movimiento ha de actuar dentro de alguna coalición electoral, la designación de la persona del candidato a la Presidencia debe ser objeto de su más grande preocupación. Debe exigir­se que se escoja una figura personal y políticamente respetable. Es posible que, como producto que aquella designación ha de ser de la opinión de grupos disími­les, esa figura no llegue a colmar enteramente nuestras aspiraciones; pero por lo menos deberá ostentar un pasado lim­pio, ejecutoria de honestidad, conviccio­nes democráticas, rectitud e independencia de carácter y cierto grado de sentido social acorde con la época.

Si el Movimiento ha de actuar solo y no dentro de una coalición, podría pare­cer excesiva la postura de lanzar un candidato propio a la Presidencia; pero sí debe pensarse en una lista propia de senadores y diputados por algunos departamentos y provincias, a fin de tomar desde ahora posiciones políticas y con­tar con un respaldo parlamentario, aun­que sea reducido, para sus iniciativas programáticas. Esta aspiración debe ser planteada a los aliados si el Movimiento actúa en coalición.

En lo que concierne DIRECTIVAS, me parece que nuestro grupo debe, de inmediato:
a) Cohesionarse o aglutinarse en la escala más amplia posible, restablecien­do el contacto entre sus dos sectores, maduro y juvenil.

b) Abrir contactos inmediatos con universitarios y obreros.

c) Constituir su directorio con elemen­tos de ambos sectores e incluyendo miembros del grupo de Arequipa, único lugar de provincias en que mis amigos han mante­nido cierta cohesión y actividad.

d) Buscar una denominación que eli­mine el sentido personalista que suscita el uso de mi apellido. Lo ideal sería en­contrar un nombre que exprese real­mente nuestra idea-madre: “Movimien­to destinado a impulsar la FORMACIÓN DEMOCRÁTICA del país”.

e) Buscar personal para los comités departamentales y provinciales.

f) Encargar a una comisión de exper­tos la confección de un proyecto de reforma del Estatuto Electoral para pre­sentarlo al Parlamento.

g) Establecer de inmediato canales de información con los otros grupos políti­cos para poder diagnosticar con preci­sión el estado actual de la realidad elec­toral y de las posibilidades de un movi­miento de oposición.

h) Preparar una lista parlamentaria del grupo.

Pido a ustedes, estimados amigos, acepten esta carta como expresión de mi voluntad de colaborar en el cumpli­miento del deber cívico que la nación nos demanda a todos en este momento. La forma y alcance definitivos de mi colaboración dependerán de si se me permite o no regresar al Perú y de los datos que ustedes tengan a bien enviar­me -dentro del más breve lapso posi­ble- sobre las cuestiones planteadas en esta carta.

Me suscribo muy cordialmente de ustedes, como invariable y deferente amigo,


José Luis Bustamante y Rivero.

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